El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Epístola a Jesús, un epígono de Otramotro (CCXCIX)

EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (CCXCIX)

Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:

Como otras veces te he argumentado, escribo muchos de mis textos con tanta antelación (sobre su fecha de publicación aquí, en mi bitácora) que, por razones obvias, a pesar de que gozo de una memoria excelente, he olvidado cuál fue el motivo preciso, concreto, exacto, que provocó su urdidura.

Hoy, verbigracia, podría aducirte que escribí la décima cuando el pasado Viernes Santo vi cómo escoltaban y llevaban del brazo (cada una de uno) Marimar y Anabel, las dos hijas pequeñas de Patrocinio, que viven enfrente, a esta, su progenitora. Porque esa es la última vez que he visto a las dos hermanas (no nos hemos desplazado en un pispás a la provincia de Sevilla, no, sino que seguimos estando en la de Navarra) juntas, si no marro. Si así lo hiciera, te estaría embelecando como un bellaco o bribón. Porque lo cierto es que la décima fue trenzada por el menda muchos días, semanas y hasta varios meses antes de esa fecha.

Quizá acaeció que vi a ambas tender ropa en los alambres o las cuerdas exteriores de sus tendederos mientras yo hacía lo propio dentro del balcón del cuarto de estar, donde suelo extender las sábanas recién salidas de la lavadora, medio mojadas o semisecas, para que se sequen del todo. Tal vez. No es seguro.

Como creo que arriba ha quedado claro, Marimar y Anabel existen, pero acaso yo haya hecho lo que tú dices con ellas, vapores literarios. Ya sabes que el poeta (servidor no llega más que a aprendiz de ruiseñor), desde que así lo sentenciara esa constelación de heterónimos que fue Fernando Pessoa, es un fingidor.

Ante la constatación de la fugacidad del tiempo, qué bien viene recordar estos dos latinajos a quienes aún no le han sacado todo el jugo, provecho o zumo al presente: el “carpe diem” horaciano y el “collige, virgo, rosas” de Ausonio.

No sé si todo lo que hay en los “papeles panameños” es turbio, pero a mi nariz le ha llegado el mismo hedor pestilente que le provocó otrora leer por encima otros documentos con parecidos o similares amaños.

Te agradezco mucho las dos gracias, pero, si me pidieran que me decantara por una o por otra joda, lo haría, sin dudarlo ni fingir ganas de joder, por la que me ha hecho esbozar una sonrisa más amplia y más sostenida en el tiempo, por la segunda, por cómo has transcrito el dicho del utrerano, vaya.

Está claro, cristalino, que cada quien cuenta la feria (vida) según le ha ido (en) la misma.

Espero y deseo que la mejoría de tu suegro sea un hecho seguro, incondicionalmente cierto.

Fueron muchos (ellas y ellos) los que otrora vieron, hoy ven y mañana verán que la vida podía, puede y podrá reducirse, concentrarse o comprimirse en un mero valle de lágrimas. A quien es consciente de cuanto le ocurre a él, lo que sufre, y de lo que les acaece a los que tiene alrededor (aunque se hallen a miles de kilómetros de distancia, por empatía, los siente cercanos), lo que padecen, ¿no le indican estos acaso que el valle ha empeorado tanto que ha devenido en abismo? Como lo que es es o hay lo que hay (lo aprendí de Pero Grullo), no faltan quienes sostienen que poco importa (o de nada sirve) pararse a pensar si conviene o no temer a la muerte cuando es tan amarga la vida.

Unas veces me muestro optimista, pero otras se impone de tal manera el pesimismo, que noto que me aplasta, como si me hubiera caído encima la roca de Sísifo. Los días en que me veo así pienso que el cuerpo no es más que la prisión del alma (si es que esta existe y no es otro embeleco); y el orbe, la cárcel donde vive su destierro del paraíso el hombre. La vida, vista de esta guisa, como un desaguisado, no es más que el curso de un río en el que uno aprende o desaprende a morir, mientras vive la angustia de vivir en un sinvivir, donde el dolor físico y espiritual, que funge de carcoma, le consume, poco a poco, la poca paciencia (madera) que le queda aún intacta.

Son legión los que comparan la vida con el mar, pero no estando este en calma, sino tempestuoso, bravío y amenazando mil y un peligros.

Celebro que gozaras de lo lindo con el dulce y la alfombra roja, el entorno cerrado y el paisanaje, escuchando jazz, olvidándote un rato del valle de lágrimas.

Te saluda, aprecia, agradece (sobremanera que le mandes abrazos, porque siempre son bien recibidos) y abraza (a su vez, en mutua correspondencia)

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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