El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Deseo seguir siendo un renacuajo

DESEO SEGUIR SIENDO UN RENACUAJO

O SEA, ESTAR VIVITO Y COLEANDO

Según varias encuestas (llamadas así porque, si hacemos caso a una etimología inverosímil, falsa, cuesta Dios y ayuda dar por buenas, esto es, se ponen cuesta arriba para quienes las han de creer sin objetarlas o discutirlas) o sondeos (llamados así, si consideramos o tenemos en cuenta otra, igualmente mendaz, porque algunas/os se las creen a pies juntillas, como si hubieran sido hechas por diosas/es) de opinión, coincidentes, dos de cada tres españoles (hembras y/o varones) no nos iremos estas Navidades donde solíamos, a ningún sitio, nacional o extranjero.

Ciertamente, no es lo mismo pasar la Nochebuena, Navidad, Nochevieja y Año Nuevo en una ciudad o población con mar, que puede calmar y aun colmar, que en otra que quede lejos, pero mucho, del piélago o del archipiélago (verbigracia, el afortunado, el canario).

A mí, si me hubieran puesto la vacuna certera, la apropiada, contra la covid-19, y me dieran a elegir, preferiría, sin dudarlo un segundo, un fin de año con mar a otro sin él, pero aún preferiría más escoger la miel sobre hojuelas, es decir, una cena, seguida de cotillón, con Iris y mar a otra sin ellos. El mar es importante, pero Iris, la madre de Marimar (doble mar) y de Sofía, lo es más todavía

Hay una razón de peso, tras otra razón, tras otra, en el ancho, lato y profundo mar, que hacen que me sienta bien a su vera, pero hay un motivo crucial, tras otro del mismo jaez, tras otro, en la inconmensurable Iris, que hacen que me sienta dichoso, en la gloria, por poder abrazarla, besarla y conversar de lo divino y de lo humano con ella.

Contemplar otra vez la inmensidad del mar me viene estupendamente, como alianza al anular, para tomar conciencia de que conviene tener los pies en la tierra, porque mi fantasía, alada, suele surcar aires altos. Ahora bien, comprobar de nuevo que la mejor mujer del orbe existe, que es de carne y hueso, que se llama Iris Gili Gómez y que me aprecia y/o tiene un cariño especial, me agrada (no lo niego), me satisface, pero noto que es una sensación que no me llena, porque se queda corta, incompleta, y es que, como dijo Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais, “en materia de amor, demasiado es todavía poco”.

Quien vio el mar por primera vez en su vida sintió una emoción inefable, inenarrable, inexplicable. Desde entonces, el mar es un imán, ejerce una atracción que solo queda satisfecha plenamente cuando la/o escuchas; no es necesario verla/o; basta con escuchar cómo rompen sus olas contra las rocas; sobra con auscultar sus susurros y vaivenes. Mutatis mutandis, tres cuartos de lo mismo me ocurrió y acaece con Iris. Deseo, de todo corazón, con todo mi ser, que lo que sentí y siento, cuando lo recuerdo con fidelidad, lo sienta también en el futuro, porque eso será índice de que sigo enamorado de Iris y aún puedo escribir más prosas y más versos sobre mi amada musa tinerfeña, razón bastante, sí, para anhelar seguir estado vivito y coleando, cual renacuajo con cuajo.

En un principio, aquí (en realidad, en el punto final del parágrafo anterior) había previsto y proyectado que terminara mi discurso o disertación sobre lo que había logrado pensar en torno a la luna (“Selene con sus tareas, pues la mujer sus periodos, porque la mar sus mareas”) y el sol, el/la mar e Iris, pero he vuelto a rememorar cómo los caballos marinos piafaban sin pifiarla, esto es, alzaban primero una mano y luego otra, dejándolas caer con fuerza contra los muslos de Iris, rodeándolos de nubes o espuma, y no he podido negarme a dejar constancia de dicho y gozoso recuerdo.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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