El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Como ando mal del tarro y tengo anosmia,…

COMO ANDO MAL DEL TARRO Y TENGO ANOSMIA,

VOY A MANDAR A UCRANIA ALGO MÁS ÚTIL

   Hoy, a eso de las once y media, cuando salía por la puerta de la cafetería “La Ideal”, de Algaso, adonde suelo acudir a tomarme un café expreso a media mañana, si, por el motivo o la razón que sea, me hallo sin la chispa habitual o natural en mí, la normal, o sea, medio amodorrado (me gusta la mezcla que hacen en dicho local y, sobre todo, el resultado, cómo sabe este recién hecho, cuando le das el primer sorbo a la taza de loza que lo contiene; pues es, precisamente entonces, cuando reparas en el hecho impar, incontrovertible, irrefutable; y coliges y te das cuenta de por qué vale la pena pagar diez céntimos de euro más cara dicha consumición, en comparación con la que sirven en las demás cafeterías y bares algasianos), me he dado de bruces, casi nariz con nariz, con Jesús Manuel Ascua, el director del Instituto de Enseñanza Secundaria Obligatoria “Juan de Mairena”, de la muy noble y muy leal ciudad, que me ha soltado esto a bocajarro:

   —Gracias a Dios, Este ha escuchado mis preces y en un santiamén ha obrado el milagro de que, como te has dejado el móvil en el despacho (lo sé porque Elvira, tu secretaria, ha visto en la pantalla de tu Smartphone que era yo, “el Dire”, quien te llamaba, ha contactado conmigo y me ha dicho dónde podrías estar), te haya encontrado aquí, Otramotro.

   —No descartes ni eches en saco roto, Ascua, la posibilidad de que Dios no haya mediado en dicho proceso y nuestro encuentro se deba a un hecho fortuito y/o sea el producto de una mera casualidad y no de la causalidad que reputas verdad inamovible e inconmovible y que me acabas de referir. Los prodigios no son tan asiduos o habituales… o sí, y yo estoy equivocado, que es algo que no conviene obviar.

   —Poco importa que sea milagro o no, lo que cuenta aquí y ahora es que te tengo enfrente y puedo hacerte la pregunta que me he hecho los tres últimos días infinidad de veces, y me lleva a maltraer, pues aún no le he hallado la respuesta que me deje conforme, la satisfactoria: ¿Qué es lo que tengo que hacer? ¿Qué directrices debo darles a los profesores, si es que tengo que darles alguna?

   —Supongo que te refieres al tema por excelencia de las postreras jornadas, a lo que atañe o concierne a la guerra de Rusia en Ucrania. Si es así, bastará con que recuerdes qué aprendiste o sacaste en conclusión cuando leíste el segundo apólogo o ejemplo de “El conde Lucanor”, del Infante Juan Manuel, y obtendrás una solución gratificante. Hagas lo que hagas, te van a criticar. Si haces, y poco importa qué, deberás correr con las consecuencias; si no haces, también, ídem.

   —Pero, ante la locura de la guerra, algo se podrá y deberá hacer, digo yo, ¿no?

   —¿Tú, que fuiste quien me aseveró, en cierta ocasión, que el que discute con un borracho pleitea con un ausente, crees que se puede acordar o pactar algo con quien ha dado muestras bastantes de estar loco de remate, pues solo un orate, alguien que perdió el juicio, Putin, pudo dar las órdenes para que se invadiera un país libre y soberano, y que la demencia continúe y discurra por esos mismos derroteros de insania? Está claro, cristalino, que en español, que otros prefieren denominar castellano, lengua que deriva o procede del latín, existe una evidente relación de coherencia y hasta de dependencia entre las voces que nombran la realidad que describen y la realidad misma; y así, verbigracia, es lógico y normal afirmar que quien padece un mal de mente, escrito por separado, es un demente, escrito todo junto; ahora bien, en el propio ejemplo propuesto cabe hallar un aspecto accesorio que contradice y hasta echa por tierra lo aseverado, pues, ¿acaso no es un absurdo que la expresión todo junto se escriba de manera separada y separado todo junto? Mira; entra en “La Ideal”, en la mesa del fondo están, dándole a la mui o sinhueso, dos enfermos del psiquiátrico, que suelen salir un par de horas al día a la calle para ir aclimatándose, paulatinamente, a la nueva vida que les aguarda. Mientras me estaba tomando el expreso y le echaba un vistazo al diario, he escuchado qué soluciones habían hallado al asunto de la semana. ¿Por qué no les preguntas a ellos? Uno le decía al otro que él, como cuando tiene miedo tirita, mandaría a Ucrania cajas llenas de tiritas. Para el que tirita, por oír tiros o tiritos, eso, tiritas. Y el otro le retrucaba al uno que, como andaba mal del tarro y tenía anosmia, enviaría a Ucrania algo más útil, mil y un tarros repletos de diarrea, para que el asco quite al ucraniano todas las ganas de comer que tenga.

   —¡Me estás tomando el pelo, calavera! No sé por qué contigo pierdo el tiempo.

   —Porque, al menos, te ríes y hasta meas.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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