El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Y hemos vuelto a caer en brazos de Hipnos

Y HEMOS VUELTO A CAER EN BRAZOS DE HIPNOS

Ayer, día en el que Francisca Marifé, mi esposa, cumplía 55 primaveras, descorchamos dos botellas de Ramón Bilbao, dos; la primera fue para celebrar el aniversario mentado, la efeméride; y la segunda, para, de una vez, hacer otro tanto con las que el cáncer (en sentido estricto, su extensión a otros órganos, la metástasis), que le diagnosticaron hace poco a ella, si no media un milagro, nos va a impedir festejar juntos. Pimplamos, pimplamos y pimplamos (yo, básicamente, para acompañarle en el levantamiento de vidrio, los brindis y… el resto), y, como ni Paca ni yo somos bebedores ni estamos acostumbrados a dicho exceso, nos emborrachamos. “Bebamos hasta que llegue, por añadidura o normal y lógica consecuencia, la cogorza”, comentó Paca con alguna dificultad, debido a la ya medio melopea que acarreaba. Y a ese fin o menester nos dedicamos ambos al alimón. Yo le propuse que abriéramos una grieta o rendija, esto es, que rasgáramos una bolsa de avellanas, que a los dos nos gustan tanto, para atenuar, mitigar y/o retrasar la turca, pero esta, sin los obstáculos o las vallas de las avellanas, llegó antes de lo esperado, en cuatro tomas, si llamamos así a los vasos de vino de rioja que nos metimos entre pecho y espalda. Pero está claro, cristalino, que mi proposición de las avellanas cayó en saco roto.

Cuando, a la hora y media, poco más o menos, de haberme quedado dormido en el sofá del salón, me desperté, lo hice, seguramente, porque “Maxifé”, que había devenido “Minifé”, se hallaba vomitando el caldo jarrero, ingerido a palo seco (en realidad, húmedo), en la taza del váter, y parecía que se esforzaba al máximo (¡qué malo, pero qué malo puedo llegar a ser, peor que mi maestra, la Bruja Avería!) por ensayar con verismo, anticipadamente (¿acaso puede hacerse de otro modo, genio?), su muerte.

Le propuse, cuando terminó dicho trasiego o trasvase en el baño, hacerle una infusión de manzanilla. Y ella, desmadejada, me repuso: “Que sea de tila, amor, mejor, por favor (he de reconocer, sin ambages, que, en lugar de dicha voz, escuché esta otra, babor)”. Le faltó añadir “¡qué dolor!” para completar un cuarteto o póquer de palabras seguidas terminadas en –or (¿quizá buscaban oro?). Sí, qué error fue no agregar qué horror y, de esa guisa, hubiera conseguido formar un sexteto.

Hoy, nada más despertarnos (ella no sé cómo lo ha hecho, pero yo, a falta de más datos fidedignos, si he de ser sincero, diría que, por la refractaria sensación que me ha dejado, la causa de que yo haya abierto los ojos se la achaco o atribuyo a ella, tras darme un codazo, como es su inveterada costumbre, en el costado, el que en ese momento concreto quede o tenga más cercano a su codo), tras descansar y dormir a pierna suelta, y es que la tila, cuando la infundes con sumo cariño, destila mil y una bendiciones que bordean las sensaciones que experimenta quien frecuenta los aledaños de la frontera o muga de ese territorio especial, donde todo es posible, hasta el milagro, y hemos dado en llamar cielo o edén; y, tras despacharla o tomarla, te vuelve bárbara/o, como Atila. Paca me ha propuesto un rato de guerra. Ella suele vestir dicha expresión con metáforas y símiles más sutiles, pero a mí, que ando escaso de recursos poéticos, me agrada traducirla con que quiere caña (o sea, que, una vez se halla dentro de su coño, mientras siga enhiesto el ajeno dedo sin uña, que este siga frecuentando sus paredes lubricadas sin salir del todo de él hasta que, llegado el clímax, se vea obligado a sembrar la duda, que en este caso no es cartesiana o metódica, no), vamos. Y, como yo estoy, por naturaleza, siempre dispuesto a disparar mi cañón (a muy pocas/os les extraña que las/os demás me llamen coñón), cargado con proyectiles que hacen, no que deshacen, pues asevero lo apodíctico, que hemos estado haciendo en el lecho ejercicio (a Paca le gusta más su variante, “gimnasia sin magnesia”), hasta que los orgasmos han llegado. Y hemos vuelto a caer en brazos de Hipnos.

   Eladio Golosinas, “Metaplasmo”.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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