El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Lo honesto e inteligente es admitir…

LO HONESTO E INTELIGENTE ES ADMITIR

EL ARGUMENTO AJENO, SI CONVENCE

Exeat aula qui vult esse pius” (“Que salga de la jaula —del salón o la corte, nos recomendó trocar el profesor Daniel Puerto, quien nos impartía dicha materia— quien quiere —mejor, quiera— ser piadoso”, tradujo, de manera libre, literaria, anteponiendo una jota a aula, un excompañero mío, estando en clase de latín, en el último curso que estudiamos juntos en el seminario menor que los religiosos Camilos regentaban otrora en Navarrete, La Rioja; pero no descarto que eso no haya sido más que el producto de un sueño que tuve muchos años después y lo apunté luego en alguna libreta; fuera como fuera la cosa, cada vez que recuerdo su imperecedera versión estoy más convencido de que dio de lleno en el blanco o centro de la diana).

Marco Anneo Lucano, “Farsalia”, canto VIII, 493-4.

El falsacionismo, aunque el filósofo austriaco Karl Raimund Popper, nacionalizado británico, su fundador, prefirió llamar a su metodología racionalismo científico, uno de los cimientos del método ídem, es una corriente del conocimiento humano. Según Popper, la ciencia no puede verificar (y, por ende, validar) si una hipótesis es cierta, pero sí puede demostrar que es falsa. Popper descartó el razonamiento inductivo, pues la experiencia (¿infinita?) no puede agrupar o englobar el total de los casos posibles, finitos, pues basta con hallar un solo ejemplo refutador para echar la teoría, mero castillo de naipes, abajo.

Así pues, no hay verdades definitivas, ya que toda verdad es provisional, interina, al durar o mantenerse en pie, cual muñeco del pimpampum sobre la balda de una caseta de feria, mientras este (en cuyo interior cabe hallar la fetén) no sea derribado por una de las pelotas lanzadas por el incauto o suertudo de turno (hembra o varón).

Mi última y más reciente teoría, pues la he ideado hace un rato, en un trayecto corto, que suele durar menos de un cuarto de hora, el que hago o va de mi casa a la biblioteca “Yanguas y Miranda”, de Tudela (me siento obligado a confesar y/o reconocer que el peripatetismo aristotélico, en mi caso concreto, al menos, me parece una verdad apodíctica; ¡cuántos pensamientos me habrán brotado, nacido o surgido mientras paseaba, a mayor o menor velocidad!; no los he contado, porque eso, salvo para Ireneo Funes, el inmortal, memorable, memorioso y proverbial personaje literario, que fue alumbrado por el caletre de Jorge Luis Borges, que gozaba de una memoria de elefante, sería imposible), viene a decir que tengo la sensación refractaria de que tanto el PSOE como el PP, los dos partidos políticos mayoritarios en España, se comportan como dos sectas, en las que no están bien vistos los discrepantes (a quienes se les tiene una tirria generalizada, atroz), los disidentes. No digo que no los haya, porque, me consta que, en ambas formaciones políticas, cabe encontrar varios ejemplos, pero son tan escasos que parece que no los hubiera. El tráfico que hay de los idearios de ambas formaciones, o sea, de los repertorios de ideas a airear o proferir por los portavoces de una formación y otra es abrumador. Basta con escuchar las declaraciones hechas por los tales sobre un asunto o tema para constatar las coincidencias, numerosísimas. Nadie parece salirse del guion de lo editorializado por quien sea que lleve a cabo dicha tarea.

La obligación intelectual de una persona honesta e inteligente es admitir como cierto el argumento que le brinda otra, si el razonamiento que acaba de poner encima de la mesa echa por tierra el suyo, pues el del oponente o contertulio le convence más.

Si andas por la vida sin prejuicios (que suelen acarrear muchos perjuicios, su anagrama), cualquier congénere o persona (sea profesor titular universitario de esta asignatura, esa o aquella, o un ama de casa de escasos estudios) puede persuadirte. A mi generosa y hacendosa madre, Iluminada, verbigracia, le escuché referir el mismo pensamiento, durante varios días seguidos, antes de que la moira o parca Átropos procediera a dar el corte definitivo al hilo de su vida, que nuestra existencia era (es y será) una mentira, y tenía razón, vivimos en un mundo donde circulan sin parar, como esa infinidad de coches que lo hacen por las carreteras, mejor o peor pavimentadas, las mentiras. Portamos con nosotros tal cúmulo de embelecos que, barrunto, intuyo o sospecho, pocos, si es que alguno lo consigue, de verdad, dejarán de existir habiendo logrado cepillarse o deshacerse de todos.

Yo suelo hablar bien y aun estupendamente de mis educadores, formadores y profesores, los religiosos Camilos, porque espabilaron buena parte de los dones (intelectuales y deportivos) que, bien la naturaleza, bien Dios, bien el azar, de manera estocástica, había depositado en mí. Me enseñaron a tener criterio, a ser crítico antes que dogmático. Y les estoy infinitamente agradecido por ello. Aunque uno no puede quitarse la capa de embustes que acarrea de una sola vez, sino que lo va haciendo por partes, paulatinamente, esa es, al menos, mi sensación, que servidor se siente hoy como Feijoo, fray Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, que en el discurso décimo tercero del tomo VII de su “Teatro crítico universal”, se veía así mismo como “ciudadano libre de la República de las Letras, ni esclavo de Aristóteles ni aliado de sus enemigos”, y, por tanto, “escucharé siempre con preferencia a toda autoridad privada lo que me dictaren la experiencia y la razón”.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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