¿ACASO NO ES EL ÉXITO UN ROSARIO?
¿Y LAS CUENTAS DEL MISMO NUESTROS FIASCOS?
Ayer volví a recibir otro correo electrónico de Isabel Lesbia Belisa. En él ella me decía cuanto yo leí, de cabo a rabo, y el atento y desocupado lector (bien sea o se sienta ella, bien sea o se sienta él) de estos renglones torcidos se dispone a hacer lo propio, esto:
“Dilecto Otramotro:
“Con el único propósito de ejercitarme, de comprobar si, echando horas y más horas, como te he leído varias veces a ti que es conditio sine qua non llevar a cabo, siguiendo tu ejemplo, metodología y proceder, servidora pudiera tener un futuro halagüeño en el mundo de la República de las Letras, he vuelto a ponerme en situación, a aparentar que soy uno de tus heterónimos femeninos, o sea, a inventarme personajes y lugares literarios, para probarme, como hacía don Quijote, y, por supuesto, el hacedor de dicho e inmortal ser, Cervantes.
“Me gustaría, querido Otramotro, que me dieras tu parecer, pero no mañana, que tú eres capaz de culminar tal cosa sin aparente esfuerzo, sino dentro de unos meses, tras leer lo que te mando abajo entre seis y diez veces. He intentado remedar tu estilo, optando por una de sus acepciones y desechando otra, quiero decir, emularte, por amor al arte, pero sin llegar a parodiarte. Si lo consideras publicable, puede aparecer en tu bitácora de Periodista Digital así (como obra abajo).
“Te da las gracias con antelación tu epígono y heterónimo femenino,
“Isabel Lesbia Belisa”.
Puede que alguna vez, con la sola ayuda de lo leído sobre la villa apócrifa y de mi capacidad para fantasear, de mi fértil imaginación, el inconsciente de servidora haya acopiado los datos y/o elementos adecuados, precisos, suficientes, para que brotara en mí la sensación refractaria y a flor de piel de haber estado en Algaso, pero lo cierto y verdad es que nunca, jamás de los jamases, viajé allí, ni sola ni acompañada. Ahora bien, eso no es óbice para que con el grueso de los detalles o pormenores variopintos que Otramotro fue dejando diseminados o esparcidos (¿a voleo?) aquí, ahí y allí, en diversas urdiduras y “urdiblandas”, esta menda haya sido capaz de conformar un puzle o rompecabezas que, si él fue fiel, y no tengo por qué dudar de que esa y no otra fue su pretensión, a la hora de trenzar las líneas de esos párrafos concretos, ser leal con la realidad, puedo proceder a pintar, desde varias perspectivas, prismas o puntos de vista, la susodicha villa del norte peninsular, un cruce de caminos y, sin enorgullecerme ni jactarme de ello, el resultado de esa decena o docena de lienzos acaso lleve a algún estudioso (que no sea odioso, pero que sí haya sido lector también de los textos firmados por el tudelano Ángel Sáez) de los mismos, a concluir que son fidedignos.
Aunque Juan Salgado y Fermín Muñoz, mis dos príncipes azules durante los años de instituto, estudiaron en el ídem de Enseñanza Secundaria Obligatoria “Valle del Ebro”, y yo en el “Benjamín de Tudela”, reconozco que he estado varias veces, en otros tantos sueños, sentada en la grada lateral del gimnasio (cancha de baloncesto, asimismo) del IESO “Juan de Mairena”, de Algaso, disfrutando de lo lindo viendo cómo quienes me tenían embelesada en la adolescencia, los susodichos bajitos (como yo) Juan y Fermín, se mofaban hasta no poder decir basta de sus colegas más altos, que se pitorreaban de ellos, por su corta estatura o talla (pues no podían hacerlo de su atención, diligencia e inteligencia, superiores a las suyas), pero realizaban, a pesar de dicho hándicap (¿o era una ventaja?), los saltos en el plinto, tal y como lo había hecho y pedido a sus alumnos que lo emularan el profesor, Chema, de manera interna, o sea, con los pies recogidos tras las rodillas a lo largo del aparato. Mis dos santos “Estébanes”, protegidos en esta oportunidad por sendas corazas o escudos, repelían las piedras que les lanzaban sus compañeros desaprensivos sin mayores problemas y algunas de ellas tenían, qué paradoja, un notorio efecto bumerán.
Italo Calvino acertó de lleno en el blanco o centro de la diana con el dardo que le lanzó, que llevaba enrollado a lo largo de su fuste un texto en el que él había escrito lo siguiente: “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”. Bueno, pues tres cuartos de lo mismo cabe manifestar de algunos lugares ideados por algunos literatos, como Utopía, condado de Yoknapatawpha, Comala, Macondo, Región y, por supuesto, Algaso. Ninguno de los lugares mentados, mientras haya un solo lector que se acerque a leer la novela o novelas donde el susodicho aparece, dejará de decir lo que debe decirle a quien pase su vista por ella o ellas.
Ese opúsculo de 4 páginas incompletas que es el ensayo “SOBRE LOS CLÁSICOS” Jorge Luis Borges, su hacedor, lo acaba así: “Clásico no es un libro (lo repito) que necesariamente posee tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad”; 4 párrafos más arriba Borges había escrito que “clásico es aquel libro que una nación o un grupo de naciones o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término”. Sean estas ajenas o propias, hubiera añadido yo, como aquí aparecen sus estelas o rastros, por cierto.
No creo que haya un solo lector que no diga, como esta menda, amén a lo que iba enrollado en los fustes de esos dos dardos certeros lanzados por Borges.
Puede que haya algún relector (hembra o varón) que no haya entendido aún, como debiera y conviene, alguna de las adivinanzas del clásico. Puede que, si no es a la quinta, a la enésima relectura, por fin, alguien caiga en la cuenta de que el autor del clásico, ídem a su vez, pues si la causa de la causa es causa del bien causado, esta (y no otra) es el origen de que su texto siga diciendo lo que debe decir, habrá seguido la recomendación de uno de los padres del teatro del absurdo, Samuel Beckett: “Lo intentaste. Fracasaste. No importa. Inténtalo de nuevo. Fracasa de nuevo. Fracasa mejor”.
¿Acaso no es el éxito un rosario? ¿Y las cuentas del mismo nuestros fiascos?
Isabel Lesbia Belisa.
Ángel Sáez García