¿EL TRECE DE SEPTIEMBRE HUBO UN MILAGRO?
¿CALVINO RESPALDÓ MI EPIFANÍA?
Quizá no lo haya urdido muchas veces, pero la menor duda no me cabe de que plurales he pensado en ello, en que por A o por B yo no he gustado a la que a mí tilín hecho me había y otro tanto, al revés, acontecido había, que yo había embelesado a la que nada a mí me había dicho.
Habrá quien juzgue que ese desajuste es obra del destino, sí, del sino, o está fundamentado en lo fortuito. Sea cual sea la razón del hecho, esto es lo que ocurrió y es innegable.
El trece de septiembre del corriente (¿el día, por ser trece, fue fatídico, aunque de la semana fuera miércoles?), tomé el Alvia en Tudela hacia Madrid. Doce días de asueto me esperaban en la mayor de las Canarias Islas, Tenerife, en el Puerto de la Cruz, la patria chica de Tomás de Iriarte.
Si lo mejor de esa odisea fueron las dos horas que estuve departiendo, amén de lo divino, de lo humano, con Mayte, la mujer que estaba al lado, reflexioné al respecto y esto extraje, limpio de polvo y paja, del asunto: acaso exista Dios y esto adujera: “Te he puesto en las narices lo impetrado; espero que aproveches la ocasión y del tren no te apees al primer revés que salga de su mano vuelta (metafóricamente hablando, claro) e insistas, una vez y otra, en tu fin, amarla y en tu musa literaria convertirla hasta que Átropos dé el corte al hilo de tu vida creativa”.
Acababa de urdir en el papel con el BIC, compañero de mil cuitas, las cabales palabras que anteceden, cuando se dirigió mi vista al texto, que hacía de potente imán las veces, que había subrayado de Calvino (Italo), que en la misma dirección recomendaba andar a servidor:
“—El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es el que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”.
Tras mucho buscar, he reconocido a la mujer que no es infierno, Mayte. Ahora, por lo tanto, he de esperar. Ella decidirá con sus palabras, porque está la pelota en su tejado. ¿Habrá acuerdo o consenso, o sea, cielo, o en agua de borrajas o cerrajas quedará el que he montado impar tinglado? Si damos tiempo al tiempo, lo sabremos; de forma fidedigna atisbaremos/avistaremos.
Nota bene
Lea otra vez, por favor, atento y desocupado lector, las líneas inteligentes del final de “Las ciudades invisibles” (1972), de Italo Calvino, donde Marco Polo le dice al rey de los tártaros, Kublai Kan, esa gran verdad sobre el infierno. Ahora conjeturo que las tales son clásicas, porque no les falta el carácter profético. Si clásico, como escribió el propio Calvino, es el libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir, esas líneas “calvinianas” (por distinguirlas de las calvinistas) gozan de esa misma condición anticipatoria, porque vienen a cuento. Hoy creo, a pies juntillas, que fueron escritas para censurar los comportamientos actuales, mediocres, tibios, de toda una legión de socialistas de chichinabo o de pacotilla (voz que, por cierto, rima con Illa) que van a apoyar una medida falta de empatía, injusta e insolidaria con quienes se comportaron cívicamente y no delinquieron, por esta sola razón, que ha devenido en mera sinrazón, porque Pedro Sánchez necesita, para salir airoso de la próxima sesión de investidura, los siete votos de los independentistas de Junts, cuyos correligionarios, entre otros (ellas, ellos o no binarios), conculcaron una retahíla de leyes, normas o principios (en este país la lógica ilógica del poder permite la desfachatez de decir una cosa y la contraria sin apenas despeinarse el flequillo y quedarse tan campante), tuvieron un juicio justo, con todas las garantías, y fueron sentenciados a las penas correspondientes. ¡Qué bochorno me produce que sea el propio Gobierno, que indultó a los gerifaltes del procés, el que promueva el quebrantamiento del artículo 14 de la Constitución española de 1978: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”!
Ángel Sáez García