El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

¿Qué cursa con subida de autoestima?

¿QUÉ CURSA CON SUBIDA DE AUTOESTIMA?

Hoy he recibido un “emilio” (así suelo referirme a menudo al correo electrónico) de Jesús Manuel Pérez Sáez, que, para quien no lo conozca, fue el destinatario de las más de trescientas cartas que le dirigí otrora (un enriquecedor ejercicio literario por el que estoy en deuda con él y debo agradecerle, en coherente y lógica exclusividad, pues, en un variopinto o poliédrico aspecto, me convirtió en lo que he devenido, escritor (si merece tal apelativo quien lo hace a diario, yo, sin ninguna duda, lo soy; el apellido que le siga, de mejor o peor, eso, ya es harina de otro costal), vocablo que me resistía a usar para mí, quizá porque, como nos ocurre a muchos que amamos y somos adictos a poner (mejor, derramar o verter) sobre el papel cuanto nos ha pasado, hemos soñado, o fantaseado, o imaginado, somos presa del síndrome del impostor, que está más extendido o generalizado de lo que se cree y/o piensa), el Jesús de las misivas que tienen este marbete o rótulo que las encabeza: Epístola a Jesús, un epígono de Otramotro (entre paréntesis, en guarismos romanos, aparecía el número cardinal que la tal hacía, dentro del conjunto).

Esto es lo que Jesús Manuel recoge en su correo, e-mail o “emilio”:

“Dilecto Ángel:

“Está mañana, como quien se levanta de la cama y se emplea en su oración matutina, sobre las 7:30 horas, le he entregado a nuestro primo (José Luis H. S., aparecen solo las letras iniciales de sus apellidos verdaderos, porque no he podido solicitarle el preceptivo permiso para usarlos en este texto) tu escrito y encargo.

“Al saber de quién venía el recado (o “mandado”, como se dice por la siempre alegre, contenta y encorsetada en faralaes, Andalucía), tras remarcar verbalmente su nombre e indicárselo con el dedo en tu pie de firma, con nombre, apellidos, dirección, email y teléfono, se ha sonreído el primo.

“Tras darse de lleno a la lectura por unos minutos (sin concluir el texto, según me ha dicho, dejando parte del mismo para la sobremesa vespertina) y requerirle su parecer (como parte del encargoo), me ha dicho con una contundencia que disiparía las dudas de cualquier escéptico o incrédulo: “Para mí, Angelito es un tío peculiar, entrañable y lo quiero mucho”. Yo no he dicho nada (que yo recuerde), pero pienso, luego existo… completamente igual. Su pensamiento es calcado del mío, sobre este asunto.

“Pues nada más, Angelito, pásalo lo mejor que puedas y sepas, haciendo de estos días y del Valle de Lágrimas y Suspiros algo llevadero para cualquier homínido; o sea, una cruz ligera y llevadera.

“No te deseo paz (eso significa quietud, como durmiente o yacente estático) te deseo DINAMISMO y ALEGRÍA.

“Jesús (ese que tú sabes)”.

Y yo le he contestado, nada más abrir la dirección de correo que más uso, sin meditar cuanto me hubiera apetecido, lo primero que me ha salido del teclado, nada más leer el suyo, la verdad, lo más auténtico o natural, lo que no puede manipular el cerebro, esto otro:

Dilecto Jesús Manuel:

No creo en el elogio, porque es poco educativo, pero…, de vez en cuando, o de cuando en vez, qué bien viene un poco de nieve sobre los hombros (en Navidad nieve dad), que no sea caspa, por supuesto. El encomio, a dosis pequeñas, es como el orgullo bien entendido, reporta satisfacción a raudales. Así que, para ambos, que abundáis en idéntico parecer sobre servidor, gracias, de veras, muchas gracias, y a seguir con lo vuestro, que hay gente buena (y mala) por doquier. Nosotros, sin ir más lejos, como somos humanos, como dijo Terencio, somos capaces de lo mejor, ser santos, aun sin tener vocación para serlo ni devoción por los tales, y de lo peor (¿mofarnos de Dios?, verbigracia).

Que Dios (aunque me resulta una entelequia, sin tomar el vocablo como lo interpretaba Aristóteles en su filosofía, creer en Él, y necesito Dios y ayuda para conseguirlo, cuando lo logro, que son pocas las veces) os bendiga, y a quienes os concibieron, parieron y conviven con vosotros.

Ojalá ayer, viernes 22, tuvierais un pellizco de suerte y hasta más, y os tocara, si no el Gordo, el segundo, el tercero, alguno de los cuartos o de los quintos.

Os mando a ambos (y a vuestras respectivas familias) sendos vagones repletos de abrazos y besos a tutiplén.

Ángel.

Cuando he terminado de comer, recoger, fregar y secar los cacharros, he llamado, asimismo, a mi hermano Miguel Ángel, “el Chato”, que se había puesto dos veces en contacto conmigo por teléfono, mientras yo estaba en la biblioteca “Yanguas y Miranda”, para que le dejara una cazuela (a fin de cocinar en ella carrilleras), que usaba nuestra madre, Iluminada. Y le he mencionado lo del correo electrónico de Jesús Manuel, que incorporaba el comentario de José Luis, que me ha sido tan grato leer, y me ha hecho tanto bien. Y “el Chato” ha dado en el clavo, al usar una expresión ajustada a lo que yo había sentido en mi cuerpo, “un subidón de autoestima”, para definir la dichosa emoción, que me embargaba y aún acarreaba conmigo, tras leer dicho “emilio”. ¡Cuántas veces me he sentido solo, y visto desterrado en la isla de Fuerteventura, como le ocurrió, en 1924, de veras, a mi maestro Unamuno!

Ahora, por la tarde, tras charlar casi media hora con Jesús Manuel (necesitaba su anuencia o aquiescencia para poder publicar su correo), pasadas las seis, mientras escribo, ayudado por la tinta azul del BIC de cristal, sobre el folio en blanco, estos renglones torcidos, sigo tan entusiasmado, tan emocionado, que me hallo nervioso, pero no me ha subido la tensión arterial (ni la sistólica ni la diastólica). Tengo ganas de llorar, pero de dicha a raudales.

Aunque el hombre sea una pasión inútil, como arguyera Jean-Paul Sartre (abundo, en concreto, con el filósofo francés, en ese criterio suyo, pero disiento de que rechazara el Premio Nobel), acaso la literatura vaya a ser mi inesperada tabla de salvación, la que me libre del olvido existencial. Me gustaría tener pareja para poder confesarle lo que Eusebio, mi padre, me decía, que llegaría el día en el que todo el esfuerzo que había hecho, todos los sinsabores que había cosechado, todas las horas que había invertido en leer y escribir, se me reconocerían antes o después, y se me pagarían, de golpe, con la concesión de un galardón extraordinario.

Y me ha brotado repentizar este cuarteto para coronar, de inmejorable manera, esta urdidura (o “urdiblanda”):

 

De vez en cuando, una alabanza viene,

Como al dedo anular, una sortija,

Que, cual cola de can o lagartija,

Menea, si se pierde, y entretiene.

 

   Ángel Sáez García

   [email protected]

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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