El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

¿Ya ha escampado?

¿YA HA ESCAMPADO?

“Largo es el camino de la enseñanza por medio de teorías; breve y eficaz por medio de ejemplos”.

Lucio Anneo Séneca

—Así como hay anécdotas neutras que, según en qué momento u ocasión de una conversación y con qué tono sean relatadas, pueden ser tenidas por hilarantes o tomadas por lacrimógenas, mover a risa o a compasión, de igual manera hay preguntas que, dependiendo del contexto y/o la situación en la que son formuladas, devienen inocuas o, por el contrario, letales.

—Ángel, ¿puedes ponerme un ejemplo?

—Puedo, Adrián, y, con sumo gusto, procedo. Ayer, sin ir más lejos, verbigracia, alguien me contó algo que sucedió otrora en la provincia de Guadalajara y cuyo recuerdo hoy, aquí y ahora, viene, precisamente, a cuento. En un pueblo (mi informante, Víctor, un octogenario que acude, como el menda, a diario a tomar café al algasiano bar “La Esquina” y suele escuchar atentamente el recitado que, de cuando en vez, hago allí de alguna de mis décimas recién urdidas, no me suministró el dato concreto de entre qué localidades ocurrió el hecho, pero sí el de hace cuánto tiempo sucedió; aproximadamente, setenta años) de la citada provincia murió cierta persona y un deudo del finado, sobrino del tal, que había llevado a cabo otras dos veces antes, al menos, el mismo encargo, marchó a la capital en el primer autobús a fin de comprar el ataúd donde meter el cadáver de su tío y con el que enterrarlo en el camposanto.

En esta ocasión, pagado el importe de la caja, el sobrino del difunto no tuvo que cargar al hombro con el féretro, como así acaeció en las dos oportunidades precedentes, sino que le pidió prestado al dueño de la funeraria un carro de mano con el que llevar, de manera más descansada, sin duda, el traje de madera de su fallecido tío hasta la estación de autobuses. Allí, el conductor del coche de línea le sugirió lo acostumbrado, que colocara el ataúd arriba, en el portaequipajes.

El vehículo partió a su hora con una cuarta parte de los asientos vacíos; pero aquel día, por lo que fuera (mi informante y yo ignoramos la razón), aconteció algo poco habitual. El autobús, en lugar de ir dejando viajeros, los iba recogiendo. En la segunda parada que hizo (el coche de línea, tanto a la ida como a la vuelta, tenía parada obligada en cada uno de los siete pueblos por los que pasaba) se completó y un pasajero tuvo que subir a la baca, donde había sitio o asiento para diez viajeros más.

Entre el segundo y tercer pueblo empezó a jarrear y el pasajero del portaequipajes, tras cerciorarse de que el féretro iba vacío, decidió guarecerse dentro de él, a fin de no ponerse como una sopa.

En la cuarta parada del recorrido se apearon más viajeros de los que subieron, pero en el quinto pueblo ocurrió lo opuesto y seis pasajeros tuvieron que ocupar plaza en la baca.

Al parecer, el viajero que se introdujo en el ataúd para no quedar empapado lo que sí se quedó fue dormido. Y a ninguno de los seis pasajeros de arriba le extrañó (pues era lo habitual) que alguien hubiera dejado allí la caja.

Antes de llegar a la sexta parada dejó de llover. Mientras el autobús iba sorteando un tramo de curvas cerradas y un pavoroso barranco, que quedaba a la izquierda de la carretera, parecía reclamar la atención de los viajeros de la baca, según Víctor, mi informante ochentón, dos pasajeros, padre e hijo, saltaron del vehículo en marcha y murieron al tener la mala suerte de caer, además, por el precipicio.

El fin de los días de los dos descalabrados no tuvo su causa u origen, no, en los encantos ni en los espantos del despeñadero, ciertamente, aterrador, sino en que el viajero que se había quedado dormido dentro del féretro se despertó, retiró la tapa y preguntó lo lógico:

—¿Ya ha escampado?

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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