El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Epístola a Jesús, un epígono de Otramotro (CXXXI)

EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (CXXXI)

Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:

A veces, no siempre, solo a veces, no entiendo tu discurso, de veras; no comprendo las palabras que usas para dar cuenta de tu criterio. Verbigracia, hoy, en tu último comentario, que ahora apostillo, desconozco si has echado mano de la sorna, retranca o ironía (o, como no dispones de la herramienta, los diversos archivos donde coloco mi urdidura —o “urdiblanda”— hodierna, de la que yo sí me valgo, si vas en serio), porque, como servidor, eres un coñón de marca mayor, y el menda, en esta oportunidad, no sabe a dónde arrimarse, a qué atenerse. Comparas los poemas, las décimas en las que felicito a mi hermana María del Pilar, mi sobrino Adrián y mi amiga Teresa (esposa de mi amigo Manuel Olmeda Carrasco, que te consta o sabes que existe), las tres personas a las que mencionas, con “esas bendiciones que se hacen al gentío enardecido, que cuestan tan poco y sirven de menos…”. No critico, en absoluto, que esa sea tu opinión. Estás en el derecho de darla y lo ejerces. Ahora bién, ya me dirás cómo haces para conciliar este pensamiento, que expresas en el primer párrafo de tu escolio, con la frase “de la menuda y GRANDE de los pobres” (abundo contigo en dicho parecer), que manifiestas en el último parágrafo y me (gracias, muchas gracias) y te regalas: “No podemos hacer grandes cosas, sólo pequeñas cosas con gran amor”. Porque no me cabe ni tengo la duda menor, o la más flaca, de que en las susodichas espinelas es lo que he pretendido hacer y (con mayor o menor acierto) he hecho.

De santa Teresa de Jesús, desde hace la tira de años, viajan (o porto, que no porteo) conmigo, amén de muchas anécdotas sobre su vida, ene prosas y otros versos, los nueve primeros, pentasílabos, nueve, de su poema “La eficacia de la paciencia”: “Nada te turbe, / Nada te espante; / Todo se pasa; / Dios no se muda. / La pacïencia / Todo lo alcanza. / Quien a Dios tiene / Nada le falta: / Sólo Dios basta (…)”.

Emil Cioran consideraba a la santa de Ávila una “esposa de la canción”, título, precisamente, del último artículo que he leído (el pasado sábado, 11 de los corrientes, en la página 35 de EL PAÍS, bajo el marbete de LA CUARTA PÁGINA) sobre Santa Teresa, que lleva la firma de Gustavo Martín Garzo.

Te propongo que imagines (ya sé que es mucho imaginar) y te hagas a la idea y des por hecho que eres o la ministra Ana Mato o el consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid Javier Rodríguez (o, alternativamente, los días pares la una y los impares el otro). Y que yo soy, asimismo, de modo alterno, Mariano Rajoy e Ignacio González. Bueno, pues, puestas y aceptadas como reales las manifiestas irrealidades, te escribiría lo siguiente:

“Como sabes, errar es humano, y yo, al menos, no conozco a ninguna persona (sea ella o él) que esté exenta (hasta en el cerebro del genio —él o ella— cabe hallar un pequeño espacio —eso es lo que manifiestan y, además, poéticamente, ciertas expertas y determinados peritos en materia neurológica— al que llaman “ágora, centro o rincón de insensateces”), quiero decir, libre, de no cometer equivocaciones sin cuento; ahora bien, tengo para mí que, en el preciso instante en que empiece a justificar los deslices morrocotudos de alguna/o de mis allegados (deudo o amigo) comenzaré a envilecerme y a pervertirme, o sea, a ser, amén de injusto e insensato, corruptor y corrupto, o sea, venal, que no es pecado venial para quien funge de presidente (de Gobierno o Comunidad Autónoma; lo que convenga).

“Un dislate desmedido es un dislate enorme, ocurra este dentro o fuera de la sede de un ministerio o consejería, lo hayas protagonizado tú u otra/o ministra/o o consejera/o y yo me haya enterado del mismo en mi despacho a través del teléfono o de la tele. Ergo, como el descomunal desmán, disparate o tropelía no deja de serlo por el hecho de que la/el que lo haya cometido (ella o él), en el caso que nos atañe, tú, seas un allegado mío, tú decides: o dimisión o cese.

“Te agradece los servicios prestados (a España o a la Comunidad de Madrid; lo que venga a cuento)

“Mariano Rajoy Brey o Ignacio González González”.

Te saluda, aprecia, agradece (de nuevo, sobremanera) y abraza tu amigo coñón,

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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