El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Epístola a Jesús, un epígono de Otramotro (CCCIII)

EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (CCCIII)

Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:

Y tan menuda, pues, lamento defraudarte, solo le ha dado a servidor (acaso con escaso arte) para un cuento de tres folios que, una vez corregido y pulido (mientras el menda andaba haciendo tales labores, aunque pareciera a primera y simple vista que no, te confirmo o ratifico que también gravitaba sobre su caletre o pesquis, ejerciendo su influencia, la inspiración), ya está terminado y lleva el título definitivo de “Sólidos indicios”.

Lo importante para mí no eran las etimologías de los tres nombres femeninos tomados por separado, no, sino en su conjunto, conformando la palabra can, perro (y, además, sabueso; porque “Metomentodo” ha venido a comportarse en el cuento como un tal, según la segunda entrada que de tal vocablo da el DRAE: “persona que sabe indagar, descubrir o averiguar los hechos”). Seguramente ha tenido mucho que ver en ello el hecho incontrovertible de que he visto y escuchado la película “El nombre de la rosa”, dirigida por Jean-Jacques Annaud en 1986, varias veces durante los últimos diez días. He advertido en “Metomentodo” a un alumno o discípulo aventajado de Guillermo de Baskerville, quiero decir, del personaje de Sherlock Holmes en “El perro de los Baskerville”, la tercera novela de Arthur Conan Doyle en la que aparece como protagonista principal su arquetípico, buido, cerebral y deductivo investigador.

Si no decido otra cosa, que puede, si hay o hallo razones para ello, el cuento verá la luz aquí el año que viene.

Sigue asperjando tus comentarios con ese hisopo que empapas en tu alegre, festivo y de buen humor acetre, que yo continuaré haciendo lo propio con mi asperges.

Pues lamento discrepar de tu opinión o parecer, porque tengo para mí que mi criterio es otro, distinto del tuyo, este. Siguiendo a Publio Terencio Africano, “Homo sum; humani nihil a me alienum puto” (“Hombre soy; considero que nada de lo humano me es ajeno”), seguramente, y más de una vez, sobre todo, en sueños, me he comportado como un sátiro (y en varias acepciones de la susodicha voz, no en todas, claro). Recuerdo, por ejemplo, que mi amigo Javier, quien otrora, por el roce diario, me llegó a conocer mucho (y yo, asimismo, llegué a conocer —pero no en lenguaje bíblico; que quede cristalino— bastante), pues fuimos compañeros de facultad y piso, para uno de mis cumpleaños me mandó una postal en la que aparecía un sátiro bien provisto.

Evidentemente, mi espinela exudaba ironía de arriba abajo y/o por los cuatro costados. Me reía de mí mismo, para que, en el supuesto de que algún día alguien o los demás lo hicieran, participara de sus risas (del “reírme con” y no del “reírme de”) y la presunta afrenta o baldón no me afectara en absoluto. ¿Para qué una escultura? ¿Para que se te caguen las palomas? ¡Vamos, por favor! En cualquier caso, me parece mejor ser “comisario honorario” (¿habrá quien, interesado/a, se pregunte si se recibirán honorarios, importes, dineros, por ello?) que “ídem político”, ¿no?

Ya que tengo cerrado a cal y canto el grifo del amor, intentaré que no se me oxide el del humor, que me permite soportar los numerosos reveses con los que nos/me abastece el mero hecho de existir.

Te saluda, aprecia, agradece y abraza

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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