El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Reconozco que soy un fan de Lanza

RECONOZCO QUE SOY UN FAN DE LANZA

“La violencia nunca es buena; nunca trae nada bueno”.

Declaró ayer en una entrevista que le hicieron en Cope María Rosa, esposa de Juan José Salas, el agente de la Guardia Urbana de Barcelona que quedó tetrapléjico en 2006 tras ser alcanzado en la cabeza por una piedra que lanzó Lanza.

Como lo primero y principal debe ir en cabeza, ahí va mi más sentido y sincero pésame a los deudos y amigos de Víctor Laínez (y es que cada vez que tengo noticia de que uno de mis semejantes, hembra o varón, ha dejado de existir, recuerdo indefectiblemente las palabras finales de la Meditación XVII de “Devociones para ocasiones emergentes”, 1623, del poeta metafísico inglés John Donne, venerado como santo cada 31 de marzo por la iglesia anglicana: “La muerte de todo hombre me disminuye porque formo parte de la humanidad. Por eso no preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti”), recientemente occiso, o sea, muerto de manera violenta.

De inmediato, debo añadir, para no ser tomado por otro muñeco de pimpampum derribado a pelotazos o vapuleado y abatido en el acto por cualquier otro tipo de arma arrojadiza, que no soy admirador o seguidor, no, de la persona que está encarcelada en la prisión zaragozana de Zuera, de manera provisional, comunicada, sin fianza (así lo decidió ayer la juez Natividad Rapún, titular del Juzgado de Instrucción número 6 de Zaragoza, competente en el caso, después de tomarle declaración), Rodrigo, insisto, no, sino que el Lanza del título de esta urdidura (o “urdiblanda”) es el apellido de Silverio, seudónimo literario de Juan Bautista Amorós y Vázquez de Figueroa.

Confieso que esta mañana, cuando me he sentado ante el ordenador, mi primera intención había sido escribir sobre el joven, que goza de doble nacionalidad, chilena e italiana, que ha sido acusado de ser el presunto asesino de Víctor Laínez, y que, por cierto, ya cumplió pena de cárcel por ser quien, según la sentencia condenatoria, lanzó la piedra que dejó tetrapléjico a Juan José Salas, pero me he decantado por una opción más prudente, dejar que todo el proceso se sustancie, como debe, y esperar a que se celebre el juicio con garantías y haya una sentencia firme. He leído un sinfín de comentarios en las ediciones digitales de los diarios (a favor y en contra de Lanza) que han hecho que me inclinara por hablar de Silverio y no de Rodrigo. No es mi propósito que de mis palabras se deduzca que el último no vaya a ser declarado, tras culminarse un juicio justo, culpable, sino dejar constancia de la sensación refractaria, que me molesta un montón, de que, poco a poco, nos estamos cargando la presunción de inocencia. Al paso que vamos, más pronto que tarde, va a ser metamorfoseada, mudada, por la presunción de culpabilidad.

Reconozco, asimismo, que, tras leer parte de las declaraciones que hizo ayer María Rosa a Cope, sensatas (mejoraré el adjetivo valorativo que he usado), sensatísimas, en las que venía a dar las gracias a cuantas personas le habían ayudado durante la última década larga, cuando mi cacumen dudaba entre titular mi urdidura (o “urdiblanda”) “¿El perdón? ¡La mejor de las venganzas!” o “No hay venganza mejor que perdonar”, mientras tecleaba lo que el atento y desocupado lector, sea hembra o varón, acaba de leer, advertía que, a modo de mojones de la vía por la que servidor debía transitar, se abrían camino o senda hasta desembocar en dicha vía, con la evidente pretensión de ser expresadas, dos inexcusables referencias, dos, la del artículo 25 de la Constitución Española de 1978, donde, según su punto 2, se dice que “las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social”, y el final de la “Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos, ejemplo de vagabundos y espejo de tacaños” (publicada por vez primera en 1626, en Zaragoza), de Quevedo, donde se lee: “Y fueme peor, como V. Md. verá en la segunda parte, pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y costumbres”.

Como recuerdo que, hace muchos años, puede que sean tres décadas las que ya han transcurrido desde entonces, cuando me hallaba leyendo su novelita “Ni en la vida ni en la muerte” (1890), me reía a mandíbula batiente, ayer me dio por ver si existía la posibilidad de leer en internet algo de Silverio. Y encontré otra novela corta suya, “Los gusanos” (1909).

Lean, atentos y desocupados lectores, sean ellas o ellos, el inicio de la cuarta parte, que porta el rótulo de “De la vermicracia, y de los beneficios que proporciona” y ya me dirán ustedes si no resultan agraciados, beneficiados, si no se ríen o sonríen, al pasar su vista por los diálogos perspicaces que trenzó Lanza:

“Por el camino que conduce al cementerio de Montivega va el tío Gusano con su barba blanca; encorvado el alto cuerpo, y apoyándose en una cayada.

“Quince años antes llegó por primera vez al pueblo el tío Gusano que marchaba erguido. Entró en una tienda de comestibles y preguntó:

—¿Me fía usted una libreta?
—¿Fiada? ¡Tiene gracia! Vaya usted con Dios.

“Llegó a la tahona de Jesús, y en ella estaban, de tertulia, Deogracias, que era alcalde, y otros amigos.

—¿Me fía usted una libreta?
—¿Qué dice usted?
—¿Que si me fía usted una libreta?
—Dios le ampare.
—Dirá usted que Dios me fíe.
—Lo que sea.
—Si Dios tuviese tahona yo no pasaría hambre y usted no pasaría trabajos.
—Es cierto. Hombre: por ese dicho le voy a dar a usted la libreta. Ahí va.
—¿Usted pide limosna? —preguntó Deogracias.
—No, señor. Nunca pido lo que, tal vez, no puedan darme.
—¿Cómo se llama usted?
—Aborigen.
—Y esa ¿es palabra cristiana?
—Sí, señor.
—¿Cuándo celebra usted sus días?
—Cuando son buenos.
—¡Vaya un tío! Y ¿si yo le diese a usted diez céntimos?
—Haría usted bien.
—Y ¿si le diese veinte?
—Haría usted mejor.
—Y ¿si le diese a usted treinta?
—Haría usted lo debido.
—¿Lo debido? Y ¿si le diera a usted cuarenta?
—Haría usted mal.
—¿Mal? ¿Por qué?
—Porque antes me llevaba usted ofrecidos sesenta.
—¡Caramba con el hombre! Pues tenga usted dos reales.
—Muchas gracias.

“Cogió Aborigen las monedas y se las dio al tahonero.

—Cobre usted la libreta.
—No: ya la di por perdida.
—Pues me injuria usted creyendo que no la pagaría”.

Como de todo hay en la viña del Señor, acaso haya alguien que no le encuentre la gracia que servidor sí le halló.

Este es mi pequeño homenaje a un autor (lo llamaron “el raro de Getafe”, si no he olvidado la referencia que hizo de él mi profesor de Literatura Española del Siglo XX, José-Carlos Mainer Baqué, en mi último año de carrera en la Universidad de Zaragoza) cuyas obras, en mi modesta opinión, deberían leerse (y aun releerse) más de lo que se leen.

Ángel Sáez García
[email protected]

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

Lo más leído