FUE PILAR UN PILAR EDIFICANTE
Cuando yo haya muerto (he pensado tantas veces que en apenas unas horas iba a ocurrirme el fatal desenlace que, cuando de veras acaezca, acaso no me coja de improviso), quizá alguien se interese algún día por saber más sobre mi persona y/o mis textos. Prescindible la primera, pero no así los segundos (aunque estén basados en hechos que me sucedieron, me consta que son varias las acciones que propiciaron sendas urdiduras —o “urdiblandas”— que, a pesar de las relecturas, aún no se han entendido del todo), acudirán, seguramente (por el boca a boca, o sea, la información que se desplaza de boca en boca) a entrevistar a mi amigo del alma y heterónimo Emilio González, “Metomentodo”, para sonsacarle. Emilio les dirá verdades como puños sin cuento; entre ellas, que, de todas las mujeres que conocí (incluso bíblicamente, sí), Pilar fue la que más amé y me marcó. Por ninguna otra, que no fuera muy allegada, esto es, que no tuviera algún estrecho lazo familiar conmigo, tuve tanta devoción; ni amé de una manera tan apabullante, sin complejos.
Fue Pilar un pilar edificante; el pilar a partir del cual edifiqué buena parte de mi literatura. Desde que, por primera vez, la miré y admiré, no pasó un solo día sin que, a pesar de la distancia (ella en Galicia y yo en la Luna, escribiendo sin parar sobre ella y sus innumerables prendas), dejara de asombrarme (por esto, eso o aquello, sucesos ciertos, reales, protagonizados por ella, de una bondad, integridad y severidad insólitas, o por imaginaciones mías, actos que mi fantasía elaboraba sin cesar en los que ella era la causa o testigo de mil y un prodigios).
Ángel Sáez García
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