El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Se ve, como se lee, desde un prisma

SE VE, COMO SE LEE, DESDE UN PRISMA

NADIE POSEE LA VERDAD ENTERA

Hace tres semanas justas, tras subir al bus urbano (en una parada que quedaba a tiro de piedra de la logroñesa estación de autobuses de línea, y que me llevó hasta el hospital “San Pedro”) y apoquinar el preceptivo billete de transporte, advertí que, hacia la mitad del mismo, se elevaba y agitaba una mano sobre las cabezas de otros viajeros, reclamando, deduje, mi atención y mi presencia, y, tras dar varios pasos, cuando llegué a la altura del congénere y portador de la misma, este me la alargó para saludarme. Al reconocerle, se la estreché, y me senté en el asiento, que quedaba a su vera, después de que él golpeara con la palma abierta de su mano izquierda el susodicho, vacante.

Se trataba de un excompañero de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza, donde ambos cursamos otrora la carrera de Filología Hispánica. Era uno de los tres traductores suplentes de latín. Cuando no había en la clase quien se brindara u ofreciera a traducir, de manera espontánea, las líneas que nos había propuesto (barrunto que otro hacedor, a quien no le faltaría parte de razón, se hubiera decantado por escribir otro participio, ¿impuesto?, tal vez) el profesor, este elegía a uno de los tres, él, Cerrón o este menda, que siempre levantábamos nuestras respectivas manos para indicarle que nos aveníamos o prestábamos, es decir, que nos presentábamos voluntarios para llevar a cabo dicho menester, y el docente, de esta manera precisa, había dado en llamarnos, suplentes; a los tres, si no marro, nos puso sendos sobresalientes en Latín II.

Como ambos disponíamos de una hora larga para leer (él el diario La Rioja; yo “El infinito en un junco”, de Irene vallejo, por advertir en dicho ensayo un raro pozo de acicates estimulantes o tener la facultad de inspirarme, por tercera vez), antes de coronar lo que cada uno había ido a hacer al hospital, acepté su invitación y me tomé un cortado con él (cada uno el suyo) en una cafetería cercana al complejo hospitalario. Estuvimos dándole a la mui, recordando viejos tiempos y tocando todos los palos de la baraja, o sea, hablando de todo un poco. Al final, antes de despedirnos con un abrazo, me propuso que escribiera un soneto o un relato, lo que prefiriera, y que se lo mandara por correo electrónico a su dirección de Gmail. Él se encargaría de hacer fotocopias del mismo y lo repartiría en clase entre sus discentes (hembras y varones) a fin de que pudieran leerlo durante el fin de semana. Su propósito era debatir sobre mi texto en el aula. Debía comunicarle en el mismo envío, sin falta, qué día de la semana siguiente podía desplazarme desde Algaso hasta la capital de La Rioja para asistir a la puesta en común. Me prometió que no haría lo mismo que Cerrón, el tercer traductor suplente de latín, que, quizá por ser coherente y hacer caso a su primer apellido, me preparó una encerrona; y que podía intervenir en cualquier momento, cuando me apeteciera, en el debate, o solo comparecer como oyente, tomando notas. Acepté, de buena gana. Le envié “No he olvidado los labios de Sofía”, el relato ficticio que publiqué aquí, en mi bitácora de Periodista Digital, el blog de Otramotro, la semana pasada.

Quedé con él en que me limitaría a escuchar con atención y a tomar apuntes. Y así lo hice. Él estuvo a la altura de lo pactado, de las cláusulas acordadas.

Ignoro cómo son sus alumnos (ellas y ellos) en otras asignaturas, disciplinas o materias, pero, por lo que colegí, el grueso de los tales tienen mentes despiertas. De cuantas razones adujeron a favor de mi narración y de cuantos argumentos alegaron o esgrimieron en contra, que no faltaron, ¿qué inferí? ¡Qué discentes más sagaces tiene mi excompañero!

A pesar del escaso acervo lingüístico de la mayor parte, pues no habían sido iniciados aún en la jerga académica, qué bien vieron lo que había que ver. No faltó el zumbón, que hay en toda clase, que se fue por los cerros de Úbeda, pero antes, he de reconocerlo, sin requilorios, lo había hecho, asimismo, servidor, el autor, cuando ideó la historia y la escribió.

En plata, comprobé, in situ, lo que he constatado en otras ocasiones, que cada quien ve las cosas y lee los textos desde su personal e intransferible perspectiva, prisma o punto de vista (que otros llaman bagaje intelectual). A la pata la llana, poco más o menos, el perspectivismo, que acertó a ver y/o reparó en él José Ortega y Gasset, y el famoso ejemplo que puso para explicarlo, al exhibir una manzana en una de las muchas conferencias que impartió. Todos los asistentes veían la fruta, esto es, la verdad, pero ninguno la veía de manera completa.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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