El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Nada parece ser original

NADA PARECE SER ORIGINAL

TRENZÓ ANTES OTRO AUTOR SOBRE ESE ASUNTO

Ayer fue un día de nervios, de muchos nervios. Estos, los susodichos, comenzaron a fluir, confluir, influir y hacer de las suyas (que suelen buscar y hallar u obtener correspondencia o descansar sus correlatos en mis carnes), a manifestarse, entorpeciendo mis manos y pies y trabando mi lengua, nada más subir al Alvia en la estación ferroviaria de Tudela y posar las suelas de mis zapatos sobre la plataforma o el suelo del susodicho tren, con destino Madrid-Puerta de Atocha. Al parecer, varios astros del firmamento se habían alineado, pues me tocó compartir asiento (sensu stricto, cada uno de los dos ocupamos el nuestro, por supuesto) con quien resultó ser una exnovia que tuve hace la friolera de más de cuatro décadas. Callo su nombre de pila (que no es Pilar, no, no vea ni lea usted, atento y desocupado lector, sea ella, él o no binario, por favor, lo que no cabe hallar ni leer entre líneas) bautismal, porque, según me confesó, está felizmente casada y con dos (puede que las dos gracias de varón que me brindó correspondieran a uno solo, de nombre compuesto) o tres hijos, treintañeros, y no conviene que el agua que otrora movió la muela o rueda de la aceña vuelva por sus fueros.

Le dije a mi ex (todavía no había caído en la cuenta de que se trataba de ella), tras dejar la maleta en el lugar habilitado para tal menester, semivacío, que mi asiento era el de la ventana, pero que, como no era mi propósito molestarle, podía permanecer sentada en él, porque yo me conformaba con el suyo, con el que supuestamente, eso deduje, era el que, según su billete, le correspondía ocupar a ella, vacante, el del pasillo. Con una media sonrisa en los labios de su cara redonda vino a decirme que estaba de acuerdo con la propuesta, con la permuta.

Los nervios, los míos, se incrementaron cuando, involuntariamente, reparé en que mi ex estaba leyendo en la pantalla de su móvil uno de mis últimos textos en prosa que había publicado en mi bitácora de Periodista Digital, el blog de Otramotro.

La junta (más bien, concentración) de nervios, que estaba teniendo lugar en mi estómago y zonas adyacentes, propició que mis riñones filtraran más y mejor de lo acostumbrado, porque tuve que levantarme e ir al baño a evacuar el contenido de mi vejiga.

Ignoro si ella se había dado cuenta ya, en los diez minutos escasos que había permanecido sentado a su vera, de quién era servidor, o de si, estando yo ausente, le dio por curiosear y le echó un vistazo al billete nominal de mi reserva (a fin de cerciorarse de si este menda era quien ella había tenido el pálpito o sospechado), que había dejado en el enrejado que había en el respaldo del asiento anterior, para mostrárselo al revisor, cuando este pasara para llevar a cabo el preceptivo control, pero no que, al poco de regresar del baño, sin pelos en la lengua, directamente, me preguntó si era yo quien ella había barruntado (como dijo y dejó escrito en letras de molde Rudyard Kipling, “la intuición de una mujer es más precisa que la certeza de un hombre”), al mirar mi cara y cotejarla con la que aparecía en mi blog, su ex. Y, evidentemente, contesté la verdad, que sí.

No hice lo mismo que un compañero de piso que tuve en uno, de los muchos que compartí otrora, en Zaragoza, que, tras contestar afirmativamente, con un escueto sí, a la pregunta que le había formulado una de nuestras invitadas, vecinas del quinto, no pronunció en aquella velada una sola palabra más.

Está claro, cristalino, diáfano, que a los dos nos seguía gustando carcajear y darle a la mui, como antaño, porque, conversando de esto, eso y aquello y riendo, las dos horas y pico que duró el viaje se nos pasaron en un santiamén.

En la sede de la entidad cultural del premio literario al que me presenté y que me habían concedido le aduje la fetén a quien me entregó el cheque (con la cantidad dineraria exacta, pues la institución había solicitado a la Agencia Tributaria que estuviera libre de impuestos y esta se lo había concedido) dentro de un sobre, que cada uno de los textos que he escrito era un reflejo de un hecho fehaciente que me había acaecido (al que había añadido, metamorfoseado o restado algo) y del rastro o recuerdo que este había dejado en mi memoria. O una pura y dura invención, hija de mi feraz imaginación. Me preguntó: ¿No te parece que, en literatura, si son muchas las lecturas que has hecho, siempre puedes advertir uno o varios precedentes en toda obra nueva? Le respondí que nada parece ser original, escrito por primera vez, porque otro autor antes trenzó del tema o de la perspectiva sobre el asunto que trata tu libro.  A la pata la llana o en plata, el aforismo de Eugenio D´Ors, que aparece inscrito en la fachada norte del Casón del Buen Retiro matritense: “Todo lo que no es tradición es plagio”.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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