El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Detrás de fray Ejemplo se halla Puerto

DETRÁS DE FRAY EJEMPLO SE HALLA PUERTO

“Yo fui como eres tú hoy, hace veinte años. / Tú serás como soy en cuatro lustros”.

Estos dos versos endecasílabos enfáticos los leí en varias ocasiones, al salir de clase, en una placa que estaba colocada por dentro, encima de la puerta de la entrada al aula de Sexto curso de la Educación General Básica (EGB) del seminario menor que los religiosos Camilos regentaban otrora en la localidad de Navarrete. Era el regalo merecido que un grupo de estudiantes excamilos, la mayoría docentes, habían decidido, de mancomún, hacerle al padre Daniel Puerto, cuando, al cabo de los años, más de quince y menos de veinte, se juntaron en la citada villa riojana para recordar viejos tiempos y juzgaron, cabal y oportunamente, tener un detalle con él, como agradecimiento a las numerosas lecciones que de él recibieron y aprendieron para la vida (“Non scholae sed vitae discimus”, o sea, “No aprendemos para la escuela, sino para la vida”, era el marbete que solía tener el mentado profesor de Latín, Puerto, de ordinario, en la punta de su mui, a punto de ser proferido).

En la susodicha placa de plata se leían solo los dos endecasílabos mencionados arriba, pero en mis apuntes de aquellos tres años en el edén (que, tras mucho buscar y rebuscar, he logrado hallar en una caja que guardaba encima de un armario), aparece, en medio de ambos, otro endecasílabo, que es la prótasis del tercero, la apódosis: si te aplicas y entiendes las lecciones. Y es que para don Daniel era fundamental que se leyera, de manera comprensiva, pues de nada servía leer, si no se entendía correctamente lo leído.

No, no era mi propósito, de veras, desvelar el arcano que acarreo o viaja desde que era adolescente y aprendía un montón de cosas nuevas en clase de Latín con Daniel Puerto, pero hoy quitar el velo a ese secreto se impone y afirmar cuanto se intuye, que, sin hesitación, fue el antes dicho el decente docente del convento, o sea, quien está tras fray Ejemplo.

Puerto era una persona muy leída; hoy se utiliza más esta expresión, “un lector habitual, empedernido”. Releyendo los apuntes que tomé en sus clases, he dado, verbigracia, con una versión bastante fiel de cuanto se narra en el capítulo primero del “Calila y Dimna”, una colección de apólogos de origen indio (de punto sobre la frente, hindú), que leí mientras estudiaba la carrera de Filosofía y Letras (Filología Hispánica). Un médico de un reino cristiano ha leído que en los montes de un reino hindú existen plantas y hierbas que, mezcladas en determinada proporción, la adecuada, al hacer con ellas una infusión, la tisana resultante puede resucitar a los muertos. Acude al reino hindú con un salvoconducto de su monarca, y allí, tras un año de numerosos ensayos infructuosos, no halla el remedio que buscaba, la panacea. Pregunta a sus colegas indios y estos, al fin, le abren los ojos o sacan de dudas. El lenguaje de los libros que había leído no era el literal, sino el figurado, metafórico. Vuelve a leer esos libros y ahora advierte que le ensanchan la mente y le hacen a él más libre por saber más, al haberse cepillado previamente los prejuicios que portaba. Los libros, correctamente comprendidos, serán los que le resuciten a él de la necedad o sandez, en la que vivía, y los que contribuirán a hacerle más sabio de lo que ya era.

Recuerdo (seguramente, podría encontrar en esos apuntes susodichos varias referencias, porque, durante los tres años que fungió de mi profesor de Latín, repitió el mismo argumento en diversas oportunidades) que aseveró que aprendió a ser paciente pescando en el río Ebro, y que el lector lento, paciente, pescaba más ideas que el raudo, que acaso suela pescar, de vez en cuando, alguna suela de zapato.

Nota bene

Convendría que quien estudió en el colegio navarretano, lo hiciera antes, durante o después que yo, y se lleve a los ojos los renglones torcidos que contiene este texto sea un lector paciente y no célere, ya que puede advertir en varias líneas del mismo algunos desajustes entre la realidad que narra mi escrito y la vivida y rememorada por él. Está en lo cierto; es lógico que no encaje la suya con la mía. Y es que yo, valiéndome de mi vocación artística o literaria, y mis recuerdos y mi lenguaje, mi arcilla, he pretendido recrear la realidad, trenzando una ficción que exude cierta pretensión estética.

Cuanto pasó aquí pasa y pasará. El eterno retorno es innegable.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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