El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Teoría sin práctica es inútil

TEORÍA SIN PRÁCTICA ES INÚTIL

LLAMABA PURGATORIO AL HALL DEL CIELO

A mí, siendo un niño de ocho o nueve años, como mucho, y a otros mocetes o muchachos (“muetes” decíamos nosotros en la Tudela de entonces) de mi misma o parecida edad (podían tener un año más o un año menos), nos encantaba, después de haber sudado (tras jugar el inexcusable y hodierno partido de fútbol, dividido en dos mitades, de quince minutos cada una, en alguno de los descampados que había otrora en el barrio de Lourdes) la camiseta y merendado, formar parte del corro que escuchaba con suma atención y respetuoso silencio (esta condición era imprescindible, porque, quien no la cumplía, a rajatabla, era expulsado, de dos maneras posibles, una más acerba que otra, o echado con cajas destempladas, sin remisión, o invitado a ausentarse cuanto antes de aquel círculo mágico, selecto), ensimismado, al filósofo “Egomet”. Puede que, si hago el esfuerzo de indagar y buscar con ahínco dentro de mí respuestas, la razón de que servidor, tras el fiasco cosechado durante el año cursado de Medicina, decidiera estudiar en la Universidad de Zaragoza, una década después de los hechos que ahora narro, la carrera de Filosofía y Letras estribe o radique, en buena parte, en aquel personaje inolvidable.

A mí, insisto e itero, me mantenía cautivo, hechizado, escuchar, atento y silente, cómo discurría el citado pensador, “Egomet”. Nadie sabía, a ciencia cierta, cuál era su verdadero nombre de pila, porque “Egomet”, en latín, según nos aleccionó el susodicho, significaba “Yo mismo”. Recuerdo que, en cierta ocasión, en el turno de comentarios o preguntas, le interrogué a propósito de qué reflexión o suceso le había llevado a decantarse o decidirse por llamarse así, y me contestó (hoy, por fin, lo he entendido) que lo sabría a su hora, pues tengo la impresión refractaria de que la respuesta que me dio ha permanecido, desde entonces, suspendida, en estado latente, en el aire, y se ha hecho meridiana, patente, en el día de la fecha.

Él me enseñó (o yo aprendí de él), por ejemplo, que una bala no mata por ella misma; que un proyectil no es susceptible de herir ni matar a nadie (salvo si su tamaño es enorme y te cae, por un imprevisto, evento azaroso, en un pie o en la cabeza) si no es disparado por la adecuada y apropiada, concreta y correcta, arma; que lo que puede herir de gravedad y aun matar, en todo caso, es el hecho posterior al disparo, verbigracia, la velocidad que adquiere durante el trayecto o la que alcanza en el mismo momento del impacto (sobre la parte de la diana o del cuerpo que fuera el objetivo al que se había apuntado previamente, antes de apretar el gatillo).

A más de uno de nosotros, de los que formamos antaño aquel corro, nos acercó a los ojos y depositó en la abierta palma de nuestra diestra, para que la sopesáramos, una bala que poseía y exhibía y hasta lanzaba para demostrarnos, de manera fehaciente, cuanto argumentaba. “La teoría sin la práctica, por ciega, coja, manca y sordomuda, de nada sirve”, repetía (eran otros tiempos; hoy no se atrevería, seguramente, a mantener dicho discurso) con cada nuevo ejemplo didáctico que nos proponía. Otra frase o formulación de la misma idea es la que he escogido para rotular el presente texto en prosa: “Teoría sin práctica es inútil”.

La víspera del día que lo encontraron fiambre en el zaguán de su casa (muchos de los habituales al corro de marras lloramos a moco tendido, de pena, en el exterior de la iglesia de Lourdes, donde se celebró la misa de su funeral) nos adujo varios pensamientos interesantes (he seleccionado los tres que recordaba con fidelidad y pueden leerse a continuación):

1.- Que el cielo y el infierno se experimentan aquí, en las vivencias que nos acaecen o tenemos en el planeta azul, La Tierra. Que él había sufrido muchos infiernos (tras su muerte, nos enteramos de que padecía la enfermedad tabú, un cáncer terminal, y que había matado a varios “rojos” en la Guerra Incivil, hechos de los que, si otrora se ufanó, ya no se enorgullecía, en absoluto), pero que ahora olía los aromas y casi saboreaba las mieles del cielo, porque el purgatorio era para él el vestíbulo o hall del tal.

2.- Que siempre tuviéramos ilusiones que coronar y sueños que culminar y cumplir. Que una persona que carece de unas y otros, si no está muerta, está boqueando, dando sus últimos estertores.

3.- Que no dejáramos de ser nunca el niño que, a la sazón, éramos. Y que no nos olvidáramos del corro, porque así lo recordaríamos a él.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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