El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Lo inaudito, lo inédito, lo insólito

LO INAUDITO, LO INÉDITO, LO INSÓLITO

Esta pasada noche he soñado lo inaudito, lo inédito, lo insólito, que llevaba casi dos legislaturas completas, ocho años menos dos semanas cabales, ejerciendo el cargo de alcalde de Algaso; y, como me encontraba con fuerzas y con ganas de seguir ostentando dicha dignidad, aspiraba a llevar el bastón de autoridad o mando, la vara, al menos, cuatro años más. A quienes no hayan leído ni oído hablar nunca de Algaso, les tengo que aducir que esa localidad salió de mi magín hace un montón de años, ergo, en puridad, no existe, o sea, que es una población literaria, imaginada, apócrifa, un mero mosaico, puzle o rompecabezas que he conformado a partir de un cúmulo de partes concretas de varias villas reales, todas ellas establecidas o radicadas en el norte peninsular.

Mientras servidor se hallaba descansando plácidamente en los mullidos brazos de Hipnos (o, en su defecto, en los de su hijo Morfeo), me he visto reflejado en el cristal del escaparate de “Muetas/es”, una boutique o tienda de ropa de niña/o, bajo los soportales, aneja al edificio del Ayuntamiento (mi primera intención había sido pronunciar un breve discurso en la Plaza Mayor, donde varios algasianos se habían arracimado a mi alrededor, para escuchar cuanto me disponía a razonarles, pero, inopinadamente, aunque el cielo amenazaba lluvia desde el amanecer, ha empezado a jarrear, y todos hemos tenido que guarecernos bajo los citados soportales, refugiarnos de las inclemencias del tiempo (bueno o malo, según el prisma de cada quien), y allí, jaleado por los asistentes, he accedido, de buena gana, a acabar la idea que, cual mazorca de maíz, había empezado a desgranar o desmenuzar, en la plaza, junto a la fuente de los seis caños, y había tenido que interrumpir por culpa del aguacero.

Protegidos los concurrentes bajo techo, y plegados los paraguas, he retomado la tesis y he seguido argumentando (¡viva el diserto!, me ha vitoreado un amigo, partidario y más que posible votante, que acaso no iba ni descamisado, como había escrito al principio, ni descaminado, pues este menda había preparado a conciencia la presente alocución), y, sin dilapidar más tiempo, les he intentado convencer de que Algaso iba bien, viento en popa, y que los agoreros, que no se cansaban de pronosticar desgracias a gogó y males a tutiplén, en la ciudad, en la nación, en el orbe, se habían hecho dignos acreedores de merecer y recibir el crédito que la ciudadanía les había otorgado, elección tras elección, escaso, insignificante, por cenizos, por gafes.

He vuelto a pronunciar la reflexión que había ensayado un par de veces frente al espejo del recibidor de mi casa:

“¿Cuántos de los apocalipsis o hecatombes augurados/as por los cuatro concejales de la oposición se han hecho realidad? Ninguno/a. Bueno, pues, ellos, inasequibles al desaliento, siguen erre que erre, echando mano de la misma matraca o tabarra: ‘que las cosas están mal y van a ir a peor’ y se quedan tan campantes. ¿Les ha escuchado alguien razonar qué harían ellos, si gobernaran la Casa Consistorial, en el supuesto de que las cosas estuvieran tan mal como ellos dicen que están, para mejorar esa caótica situación o catástrofe? Ni ha oído esas propuestas ni las oirá. No son más que predicadores de la desdicha que nunca llega.

“Si ven que algún apocalíptico se les acerca, háganme caso y háganse ustedes a sí mismos el favor de preguntarle si llueve; será capaz de negar lo evidente; acaso, como mucho, acepte que están cayendo cuatro gotas, un calabobos o sirimiri, pero nada más.

“Yo era ateo, pero, tras el milagro que presencié, soy creyente, por eso he ido esta mañana en procesión, provisto de paraguas, a la ermita de San Quirico, para rogarle con fe que lloviera. ¿Por qué? Porque, en cierta ocasión, hace muchos años, fui, cachondeándome de quienes creían, a pies juntillas, que se iba a producir el prodigio; y, si no fue el propio santo, redivivo, fue un enviado divino (¿un ángel?), vestido de peregrino a Santiago de Compostela, quien se colocó a mi lado y me adujo al oído cuanto no olvidaré mientras viva: ‘Tú no crees, porque, si creyeras, hubieras venido a esta ermita, al menos, con un chubasquero en el bolsillo. Cuando regreses a tu casa, a fin de que creas, como Santo Tomás, en el trayecto de vuelta a Algaso, lloverá’. Y llovió. Por supuesto. Lo hizo copiosamente”.

Nota bene

Aviso al atento y desocupado lector de estos renglones torcidos que acaso haya juntado aquí, en el texto anterior, como eso mismo me ha ocurrido otras veces con los recuerdos, dos sueños distintos.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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