CUANTO ME OCURRE Y CUANTO SE ME OCURRE
SESENTA Y SIETE MIL TRESCIENTOS QUINCE
¿Puede decirme qué cuentan sus textos? ¿A qué hacedor no le ha hecho la pregunta de rigor o de marras quien no escribe? Uno vuelve a iterar lo repetido en tantas ocasiones precedentes, que ya produce grima, amén de hartazgo: Cuanto me ocurre y cuanto se me ocurre.
Hoy, por ejemplo, aquí, a continuación, quiero dejar constancia de una historia que, gracias a las voces escogidas, atesore una extraña solidez y tenga el don impar de ser diuturna, de lograr mantenerse en pie durante, al menos, dos semanas, quince días. Me daría con un canto en los dientes, si otro tanto o lo mismo sucediera que acontece con una partitura musical, que un alumno la interpreta un día, y otro, y otro, sin descanso, hasta que la domina por entero. Ojalá las ideas de mi escrito fueran como las notas de esa pieza, que los ojos y manos de un melómano resucitan un día, y otro, y otro, con la ayuda de un piano, su instrumento.
El viernes 12 de abril de 2024, jornada en la que cumplió años mi querida prima Pili, me levanté de la cama con una cifra en la cabeza, el 67.315. Los cinco guarismos que conformaban la susodicha habían aparecido en el último sueño que había tenido este menda antes de despertar, colocados de esa guisa, uno detrás del otro.
Ciertamente, en la experiencia onírica yo no estaba loco de contento, signo de haber ganado un pastón, pero barrunté que podría ser el anuncio profético, premonitorio, de que dicho número tal vez resultara agraciado por el azar en un juego de ese día, verbigracia, en el cuponazo de la ONCE. Así que, como no deseaba ser el único de mi familia y amigos que fuera beneficiado por la diosa Fortuna, llamé antes de la hora acostumbrada, a mediodía, a cuantas personas, durante las tardes de los viernes, suelo llamar por teléfono, para hacerles partícipes de la serie numérica del sueño, advirtiéndoles (a fin de que no se hicieran demasiadas ilusiones) de que acaso cuanto intuí, al carecer de ABC, apoyatura o base científica, no tuviera el corolario apetecido, o sea, el gozo cayera en un pozo o todo quedara en otro abecé, agua de borrajas o cerrajas.
Hace muchos años, en el número cien (C, en números romanos) de la revista literaria Papeles de Son Armadans, dedicado a Juan Bautista Amorós Vázquez de Figueroa, más conocido por su seudónimo artístico, “Silverio Lanza”, o por otro sobrenombre, “el raro de Getafe”, un autor finisecular, leí en las páginas introductorias de dicho número unas líneas que recuerdo de memoria y llevaban la firma de quien las escribió, el director de la publicación, Camilo José Cela, estas: “En España, el que la sigue la mata, el que resiste gana y el que no se pone nervios se come al mundo por los pies”.
Como toda persona leída sabe, la divisa de su fundación es esa: “El que resiste gana”. Bueno, pues, como solo suman siete euros, hoy, 19 (cuando escribo estas líneas, que no coincidirá con la fecha en la que vean la luz), un septenario después, he vuelto a adquirir los tres cupones del finde de la ONCE, como hice la hebdómada pasada. Me he convencido con el mismo argumento de entonces: si no me toca nada, al menos, habré puesto mi granito de arena, al haber contribuido a realizar, indirectamente, una dadivosa labor social: Adde parvum parvo, magnus acervus erit (“Añade un poco a otro poco y el montón será grande”). No sé lo que haré la semana que viene, si vuelvo a fracasar o naufragar en mi intento de hacerme rico sin tener que conculcar el séptimo mandamiento de la ley de Dios, no robarás; puede que no ceje en mi empeño. Ahora bien, tengo claro, cristalino, que haré lo posible por comprar un décimo de ese número, el 67.315, para el sorteo de Navidad de la Lotería Nacional y de la ONCE de este año, por si a otras cien mil moscas, como las de la famosa décima de Félix María de Samaniego, les da por saborear la tarta de chocolate que tengo pensado o previsto comprar para celebrar que me ha tocado el Gordo.
Nota bene
Confío, deseo y espero que el atento y desocupado lector (ora sea o se sienta ella, él o no binario) de estos renglones torcidos que haya llegado hasta aquí se haya reído tanto o más, leyendo esto, de lo que lo hizo el abajo firmante, escribiéndolo.
Ángel Sáez García