El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Epístola a Jesús, un epígono de Otramotro (CCLXXXVII)

EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (CCLXXXVII)

Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:

Como intuyes o sospechas, pero me da en la nariz que quieres aparentar otra cosa, la contraria, seguramente, porque te gusta echar mano de la ironía, quiero decir, eres un zumbón empedernido, sin solución, Quirico no es el primer apellido de mi dilecto amigo tafallés, Luis Quirico Calvo Iriarte, odontólogo de profesión, sino su segundo nombre de pila. Si quieres conocer la historia del martirio de san Quirico (o Quirce o Quirze) y el de su madre, santa Julita (o Julieta), basta con que acudas a la catedral o seo de san Espabilaburros (que otros conocen por Google), cuyas capillas somos legión las/os que las visitamos, miramos, remiramos y (nos) admiramos. En Matute (La Rioja) hay una ermita dedicada a los susodichos. En Navascués (Navarra) y en otras muchas localidades de la piel de toro puesta a secar son igualmente venerados los mentados santos.

Como cierto día y aquí mismo prometí, intentaré ser lo más fiel posible a lo que recientemente mi amigo Luis me contó. Al parecer, el motivo por el que su padre le puso el nombre de Quirico fue porque, poco más o menos, medió un milagro. Alguien, que iba de camino a la ermita de Navascués a rogar a san Quirico que lloviera, se paró a hablar con el padre de Luis. Aquel día hacía un sol espléndido y en el cielo, azul, no se divisaba una sola nube. El progenitor de Luis se asombró de que el peticionario demostrara bien, a las claras, su fe, al portar al hombro un chubasquero. Y es que confiaba en que sus ruegos iban a ser escuchados, tenidos en cuenta y atendidos ipso facto por el santo. Al bajar de la ermita, diluviaba, que llovía a cántaros, vaya, sin vaya.

Desconozco si el hecho propició alguna vez cachondeo, pero me consta que hay algún guasón irreverente por ahí que, velis nolis, queriendo o como quien no quiere la cosa, de buen grado o por la fuerza, acostumbra a cachondearse en todo momento y lugar de todo y/o todas/os y por todo (de sí mismo también, que aquí no hace distingos ni admite excepciones), una minucia o una enormidad. Ergo, acaso huelgue que le/me/te recomiende con especial encarecimiento, que siga/s haciendo lo que reconoció que solía coronar o llevar a cabo ese estupendo lector de “Don Quijote” que fue François Marie Arouet, “Voltaire”, porque encierra, sin hesitación, una aguda y atinada interpretación de la obra cervantina: “Yo, como don Quijote, me invento pasiones para ejercitarme”.

Así es, como argumentas, mi amigo Luis Quirico ha sido el promotor de que vuelva a lucir mi dentadura inferior.

Abundo en tu políticamente correcto razonamiento, que no miento, sobre la violencia machista, hogareña, doméstica (mas bien, sin domesticar), casera.

Predilecto Jesús, en el supuesto de que lea tu comentario coñón mi dilecto amigo Luis, ya se habrá dado perfecta cuenta de qué pie cojeas y por qué de todo te carcajeas; tal vez, porque aprendiste de corrido, a la primera, la doble, dulce y útil lección de que, como dejó grabado en letras de molde Charles Chaplin, “un día sin reír es un día perdido” o, como dijo la actriz estadounidense Phyllis Ada Driver, más conocida como Phyllis Diller, “la sonrisa es una curva que lo endereza todo”.

Te saluda, aprecia, agradece y abraza

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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