LA MUERTE DE NAVALNI NO FUE EN VANO
QUIERO PENSAR ASÍ, NO LO CONTRARIO
“El espíritu de los muertos sobrevive en la memoria de los vivos”.
Frase que cabe escuchar al final de la película “La misión”, dirigida por Roland Joffé en 1986; la pronuncia el nuncio de Su Santidad, el cardenal Altamirano (papel que borda el actor Ray McAnally).
Está claro, cristalino, que el ser humano es un animal adaptativo; y que saber aclimatarse al medio lo ha hecho indestructible como especie (eso es, al menos, lo que deseo creer, a pies juntillas). Bueno, pues, tengo para mí que solo la persona que ha estado a punto de perder la vida una o varias veces, ha tenido la oportunidad de aprender a valorar su existencia en la cabal medida y el justo peso. Uno no es un gato, felino del que se predica que tiene siete vidas. Ha habido, hay y habrá congéneres nuestros que han renacido, como eso se asevera que logró hacer el ave fénix, por ejemplo, al resurgir de sus propias cenizas, tras estar una o varias veces al borde de la muerte, pero lo lógico y normal es irse al otro barrio o mundo, si es que existe.
Quien haya leído la “Ilíada”, de Homero, sabe que Aquiles, el hijo de Peleo, acudió a la guerra de Troya con sus fieles mirmidones (guerreros–hormiga), pero no regresó vivo a Grecia. Murió por una fatalidad, porque una flecha envenenada, lanzada por un arco enemigo, fue a parar al talón de uno de sus pies ligeros, ocasionándole la muerte; o sea, finó sus días en el planeta azul, la Tierra, por causa del azar (de tal circunstancia ¿cabe colegir, por ende, que lo hizo debido a la casualidad y a la causalidad, a partes iguales?). Barrunto que si Homero aún viviera y se ocupara del caso (aunque la obra citada sea la suma de varias manos y, por tanto, de varios autores, la homérica narración solo lleva el nombre del último, quien la firmó), indagaría en la historia de Alexéi Navalni, y contaría, que el disidente ruso regresó a su país sabiendo que iba a perder, a salir derrotado, en la lucha desigual que libraba contra el dictador Vladímir Putin y el Kremlin. Navalni ya probó en sus propias carnes hasta qué extremos podía llegar el ominoso y omnímodo poder ruso, a envenenarlo con una neurotoxina, el Novichok. Tras recuperarse en un hospital berlinés, después de ser trasladado en un avión que había enviado a Rusia la canciller alemana Angela Merkel, que le ofreció ayuda médica y asilo al líder opositor, ¿por qué regresó a su patria?
Esa es la pregunta clave. En la tribuna de Mijaíl Shishkin, publicada el domingo 18 de febrero de 2024 en EL PAÍS, que ocupa la entera página 4 y lleva el título de “Apagaron la vela que dio luz en la oscuridad de Putin”, cabe leer: “Todos se preguntaban, y ahora lo harán con más razón, porqué regresó (falta la tilde) Navalni a Rusia, a sabiendas de que sería arrestado”.
A mí la actitud de los héroes, quienes dan su vida para salvar la de otros semejantes (en cierto modo, parece seguir el adagio por antonomasia o excelencia de José Ortega y Gasset: “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”, que aparece en “Meditaciones del Quijote”, 1814), siempre me ha llamado la atención. ¿Cuánto hay de altruismo y cuánto de temeridad? Nunca he sabido decantarme por una opción, descartando totalmente la otra.
Nada más conocer la muerte (sin indicios por ahora, pero con sospechas o visos de asesinato) del disidente ruso, trencé un soneto, que titulé “Es sensata actitud la que no mata”; seguramente, habrá lectores que lo entiendan y lectores que no, pero yo me vi impelido a componerlo y lo hice del modo que quedó escrito.
Mijaíl Shishkin en el texto referido asevera que “el cálculo político de Navalni resultó ser incorrecto”. Y termina así: “siempre ha habido, hay y habrá personas que persiguen un objetivo que les importa más que su propia vida. Alexéi Navalni nos ayudó a todos nosotros. Nos dio esperanza gracias a su existencia, a su disposición a no rendirse y aguantar hasta el final. Ahora somos su esperanza”.
En la escueta semblanza de Mijaíl Shishkin, bajo la firma, se lee que el escritor ruso ha sido multipremiado dentro y fuera de Rusia, pero he aquí el dato que me interesa destacar, “desde los noventa reside en Zúrich”. ¿Se es más útil estando vivo o estando muerto? Aquí tampoco me decanto por una opción, descartando enteramente la otra.
Ángel Sáez García