VEO UN CAMALEÓN EN TODO AUTOR
AUNQUE HAYA EJERCIDO ANTES DE LECTOR
“Justo es que el hombre agradezca el buen trato que ha recibido, porque el agradecimiento es siempre el que engendra agradecimiento. Quien se olvida del bien que se le ha hecho no es posible que sea nunca un hombre bien nacido”.
Le dice Tecmesa a su esposo Áyax, en la tragedia homónima, de Sófocles.
Aunque la epístola me la mandó el pasado sábado 9 de los corrientes mes y año, ha sido hoy, lunes 11, pocos minutos antes de que dieran las nueve de la mañana en el reloj de la catedral, cuando la he leído (pues es una verdad apodíctica que no tengo ordenador en casa ni acceso a internet en mis sencillos móviles; gracias a la simplicidad y/o sobriedad de ellos, sigo cuerdo y no orate perdido o enganchado, como me canso de ver por doquier, cuando me da por atisbar o avistar a mis congéneres o semejantes, adictos a ese útil que, si no lo usas bien, con dos dedos de frente, te impide estar atento y/o desconcentra de la actividad que estés realizando) en la dirección de correo electrónico que más utilizo. Aparentemente, la misiva es de otro espontáneo indagador (prefiero echar mano de esta voz que de la de preguntón); ahora bien, no me extrañaría nada (de nada) que el autor de la misma sea el de otras ocasiones, es decir, un camaleón, el de siempre; él ya sabe por qué lo he trenzado de la guisa que queda registrado, negro sobre blanco, y yo también. La susodicha dice así:
“Dilecto Otramotro:
“Es innegable que a usted le gusta sobremanera jugar con las palabras en sus textos. Lo vengo comprobando desde que leo a diario cuanto publica (yo sí le creo, pues no tengo indicio ni me consta prueba fehaciente para empezar a poner en tela de juicio su credibilidad, en cuanto me ha escrito en oportunidades anteriores, que no ve la luz cuanto urde) en su bitácora de Periodista Digital, el blog de Otramotro.
“Por ejemplo, cuando ha mencionado la obra Música para camaleones, de Truman Capote, esta le ha servido para diseccionar (aquí advierto que algo le quedó de sus clases de anatomía con el catedrático José Escolar, padre, cuando estudió Medicina en la facultad de Zaragoza) el término ‘camaleón’. Lo usa, como hacemos el resto de hispanohablantes, para referirse, de manera figurada, a ese ente o ser cambiante, mudable, proteico, versátil, o sea, ¿yo mismo?, que se confunde o mimetiza con el entorno para camuflarse y pasar inadvertido (como, deduzco, otro tanto le seduce, y su anagrama, sucede, a usted, pues me consta que no le gusta figurar ni acudir a saraos, sino la tranquilidad; que no le faltan sus inexcusables compañeros de viaje literario, la soledad y el silencio, para concentrarse y, tras cazar al vuelo o pescar sin anzuelo, una idea, discurrir o disertar sobre ella, en la que, si he colegido lo correcto y oportuno, se ve reflejado usted también, cuando lee a otros autores, a quienes les chupa la sangre o, mejor, su savia sabia, como si fuera un vampiro bueno, extrayéndoles lo precipuo o principal, su jugo o zumo aleccionador, y reintegrándoles más tarde el resto de ese líquido rojo. Luego esa visión la complementa o completa, al añadir que ese gesto de leer lo realiza en la cama, tumbado decúbito supino, antes de apagar la luz de la lámpara de su mesilla de noche para conciliar el reparador sueño nocturno.
“Sé, asimismo, que un paisano suyo que conoce, de buena tinta, que usted ha sido un avezado y empedernido lector, le llama ‘león’, en vez de lector; y, como a usted le apetece a menudo aprovechar la coyuntura, esto es, arrimar el ascua a su sardina y/o llevar el agua a su aceña, a fin de moler el grano, ha sumado un elemento al otro y ha conseguido una realidad distinta, más compleja, nueva: camaleón es también, por tanto, quien lee mucho en la cama, hasta que a este se le abre la boca, esto es, bosteza, como el león del lema latino ARS GRATIA ARTIS (el arte por el arte), de la Metro-Goldwyn-Mayer (MGM).
“Si considera que cuanto he inferido aquí es acertado y esto, el resultado, la carta, le sirve a usted para componer una de sus urdiduras o “urdiblandas”, le doy mi permiso total para que pueda usarlo en su propio provecho; se lo regalo, de buena gana, pues lo mismo ha ocurrido a la inversa: yo también me he beneficiado, al sacar el máximo partido a leer a fondo sus escritos. Y, como amor con amor se paga, bienvenidas, supongo, serán, en ambos casos, las mieles sobre las hojuelas.
“Confío, deseo y espero que le plazca el verso endecasílabo, es decir, la fórmula que he elegido para firmar esta epístola:
“Anónimo que anima al de seudónimo”.
No sin hacer constar antes lo imprescindible, o sea, agradecerle el magnífico obsequio (pues ya sabe que de bien nacido es ser agradecido, y usted, de igual modo, ya conoce las proverbiales palabras de Tecmesa, esposa de Áyax, en la homónima tragedia sofoclea), como usted ha hecho una etopeya fiel, que cuadra o encaja perfectamente conmigo, la aprovecho como me anima a hacer, y procedo a poner a su regalo mi firma:
Ángel Sáez García