El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Libre interpretación de lo soñado

LIBRE INTERPRETACIÓN DE LO SOÑADO

Ignoro si sueño todas las noches. Supongo que sí. Ahora bien, de lo que sí estoy seguro, aún más, segurísimo, o no abrigo la menor duda, es de que, del grueso de los sueños que recuerdo haber tenido, unos me parecen más claros o nítidos que otros (o menos complicados o enrevesados), quiero decir, más fácilmente interpretables.

Esta noche he soñado que me juntaba de nuevo con dos de los mejores amigos que tengo y que un día di en llamar “los Luises” (por la sencilla razón de que son tocayos o ese es, precisamente, el nombre de pila que comparten): Luis Quirico Calvo Iriarte y Luis de Pablo Jiménez. El motivo de nuestro encuentro era ver un partido de fútbol y (antes o después del mismo) almorzar o comer. Pero, aunque los rostros eran los suyos (en este aspecto o matiz no había hesitación), no sé por qué razón llamaba a uno César y a otro Marqués. Al principio, pensé que estaba con ellos en la cocina de mi casa, pero luego me di cuenta de que no, porque ni el pasillo ni las habitaciones coincidían con los de mi piso ni con otro conocido, porque no lo reconocía. Más tarde (no sé si estaba todavía en el mismo sueño o ya me hallaba en otro) me he visto en un estadio vacío que no era el esperado, más pendiente de los alrededores del mismo que del interior, o sea, del césped, de los vomitorios o de los palcos. Y después (ahora sí había acaecido un evidente cambio de sueño y de espacio onírico) me he visto tomando un café en un bar de lujo, cuando (eso es lo que he supuesto) una niña, que se dirigía a la mesa donde estaban sentados sus padres, a mis espaldas, se ha tropezado con algo, la pata de una silla tal vez, y se ha abalanzado sin querer sobre mí derramando la taza de chocolate que portaba en su diestra. Como la encargada del local ha sido testigo del hecho, se ha acercado y me ha comentado que la empresa se hacía cargo de la limpieza de la americana. Y ya no recuerdo más.

“No hallarás mejor exégeta para tus sueños que tú mismo” o “no hay mejor intérprete de (o para) lo onírico que uno mismo”. Ahora no estoy seguro; no sabría decir a ciencia cierta quién fue; pero me consta que los dos asertos entrecomillados del arranque de este párrafo salieron de la mui o sinhueso de uno de los compañeros con los que compartí estudios de Filología y piso en Zaragoza durante los cinco años de carrera. Tras hacer el esfuerzo de recordar, me he decantado por dos nombres: Jesús Manuel Arellano Barja o Javier Sanz García.

Como ayer, antes de acostarme, volví a leer los artículos subrayados del último número de El País Semanal, he acudido a dicho ejemplar para ver si hallaba en la parte subrayada de los mismos algo que estuviera relacionado con el sueño raro y encadenado que había tenido.

Javier Cercas, en su último Palos de ciego, titulado “Apología del equidistante”, escribe:

“(…) Goya no toma partido; no juzga: sólo mira, sin apartar los ojos; sólo entiende, con un coraje y una lucidez inauditos (…) Goya no era equidistante, pero sus cuadros sí lo son. Todo gran artista moderno padece esa escisión (…) Entender, avergüenza repetirlo, no significa justificar: significa procurarse los instrumentos para no volver a incurrir en los mismos errores”.

No es mi propósito apoderarme arbitrariamente de los comentarios laudatorios que Cercas le hace a don Francisco ni compararme con Goya, porque nunca pinté bien (cuando lo hice, fue o regular o mal), y ahora, si pinto, lo hago, en lugar de con colores, con palabras (de lo de pintar en el futuro nada diré por si acaso —no digas nunca de este agua no beberé, recomienda la paremia o el proverbio—). Sin embargo, a mi abuela paterna Gregoria todo el mundo la llamaba en Cornago con su hipocorístico, “Goya”; y a mi tía materna y tocaya suya en Cabretón “Goyita” o “Goíta”. Ahora bien, acaso no sea dato baladí que tanto don Francisco como servidor naciéramos el mismo día, un 30 de marzo (él en Fuendetodos, en 1746; y este menda en Tudela, en 1962).

El último parágrafo de Cercas (no me resisto a dejar constancia de él aquí porque) es para enmarcar: “No creo en esa superstición moderna, o más bien posmoderna, que dicta que el arte no es útil. Por supuesto que lo es, siempre y cuando no se proponga serlo: en cuanto se propone ser útil, el arte se convierte en propaganda o pedagogía, y deja de ser arte. Es lo que ocurre cuando el artista, en vez de encarnizarse valerosamente en tratar de entender, se resigna a la cobardía y la pereza de tomar partido y juzgar. Un artista puede no ser equidistante en su vida, pero está obligado a serlo en su obra”.

Manuel Rivas, en su postrero Navegar al desvío, que porta el rótulo de “El hombre que lo sabe todo”, arranca su texto así:

“SÉ QUE PUEDE PARECER una exageración. Afirmar así, como quien está en un secreto y que de repente decide compartirlo, que hay alguien que lo sabe todo. Pero en este caso la información roza casi la exactitud. Yo conozco al hombre que lo sabe todo. Y ustedes también. El todo, claro, hay que acotarlo. Como explica la física avanzada, el todo universal contiene un 70% de nada. De lo que hablo es de nuestro todo. De todo esto. El hombre que más sabe de todo esto.

“Cuenta John le Carré que en sus inicios como espía tenía la idea de que ‘los secretos más delicados del país se alojaban en una caja fuerte verde desconchada, marca Chubb, oculta al final de un laberinto de lóbregos pasillos’. Vamos a prescindir del adjetivo ‘desconchada’, pero nuestro hombre, de alguna forma, sería el equivalente a esa caja fuerte verde marca Chubb”.

Acaso sea de una debilidad extrema e insólita argumentar que los dos párrafos citados pueden estar relacionados con el último sueño sobre el que he escrito, previo a este, que hago que lo firme Abdul Alhazred (a quien Howard Pillips Lovecraft atribuye, asimismo, la autoría del “Necronomicón”), apellido que tiene su origen etimológico en la expresión inglesa “all has read”, “el que todo lo ha leído”. Rivas con su “yo conozco al hombre que lo sabe todo” (¿porque, como Alhazred, todo lo ha leído?) se refiere a José Manuel Romay Beccaría, presidente del Consejo de Estado. Quizá parte de la solución del enigma esté en su segundo apellido.

Javier Marías, en “Ojo con la barra libre” (así titula el último artículo que ha aparecido bajo su marbete, La zona fantasma), viene a cerrar el círculo, ya que escribe:

“(…) Por eso me ha sorprendido leer editoriales y ‘acentos’ en este diario en los que se afirmaba que las injusticias derivadas de todo este movimiento eran ‘asumibles’ y cosas por el estilo. Es algo que contraviene todos los argumentos que, desde Beccaria en el siglo XVIII, si no antes, han abogado por la abolición de la pena de muerte. La idea de los defensores de la libertad, la razón y los derechos humanos ha sido justamente la contraria: ‘Antes queden sin castigo algunos criminales que sufra un solo inocente la injusticia de la prisión o la muerte’”.

Tengo para mí que la mención de Beccaria es concluyente. El jurisconsulto, economista y filósofo italiano Cesare Bonesana, marqués de Beccaria, autor del opúsculo “De los delitos y las penas” (1764) y a quien debemos, entre otras frases felices, la cabal de que “la finalidad del castigo es asegurarse de que el culpable no reincidirá en el delito y lograr que los demás se abstengan de cometerlo”, nació en Milán el 15 de marzo de 1738, ciudad donde también murió el 28 de noviembre de 1794. Las fechas de nacimiento y muerte de Beccaria coinciden (puede ser una mera coincidencia) con las de los partos de mi sobrino más pequeño, Íñigo, y la mayor de mis sobrinas y ahijada, Raquel.

El estadio vacío es correlato del estado o la impresión de vacío que siento en mí, debido al excesivo tiempo transcurrido desde la última vez que disfruté de la grata compañía de “los Luises”, echarles de menos y no poder abrazar ni conversar con mayor frecuencia de la real y largo y tendido con ellos. Con de Pablo suelo hablar a menudo por teléfono, pero con Calvo la cosa es más complicada, porque siempre anda atareado.

La taza de chocolate es la mierda (el insulto sin pies ni cabeza, la salida de pie de banco) que hace poco derramó sobre mí, sin venir a cuento, un niño pequeño (pues así se comportó, como un tal, quien en realidad es persona adulta, hecha pero no derecha en su actitud, sino torticera).

Y la limpieza de la americana tiene que ver con el necesario lavado de chaqueta (ideas y sentimientos) que uno acarrea, no con un cambio radical de la susodicha.

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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